Creo que va siendo hora de continuar con el pequeño viaje, que andaba como el clima, helado entre entradas.
La verdad es que han pasado demasiadas cosas en poco tiempo, pero no es excusa para no continuar recordando esos buenos días al otro lado del charco.
Bueno lo habíamos dejado muertos de frío en los Andes, entre chocolates calientes, montañas gigantes y el cubito de hielo mas grande del mundo.
La verdad es que como somos personas de extremos pues nada mejor que coger otro avión y pasar de algún que otro grado bajo cero, a mas de treinta.
Llegar, sudar como cerdos y agarrarte a cualquier sitio viajando con taxistas suicidas para acabar en un hostal con piscina y rodeados de todo tipo de fauna de dos o cuatro patas.
Llegamos a la carrera y casi sin dejar las mochilas y con el pasaporte en la boca saltamos a Brasil para ver una de las imágenes mas impactantes que la naturaleza puede regalarte.
Eso sí, íbamos a ver cataratas y agua, pero lo primero que nos recibió fue una de esas tormentas tropicales que te calan hasta los huesos en menos de dos segundos.
Empapados pero felices descubrimos que aun quedan sitios que te quitan el aliento, una selva, muchas cataratas y sobre todo esa sensación de estar en mitad de ninguna parte te hacen sentirte afortunado y único.
Con esa experiencia al final del día en la retina, volvimos a esa especie de camarote de los hermanos Marx que teníamos por hostal, donde, el requesón en los oídos, el poco interés de la gente y la gran cantidad de personas que se acumulaban entre la humedad y el calor, nos hizo pasar sin pena ni gloria.
Al día siguiente volvimos al otro lado, ver la cara B de Iguazu, desde los ojos argentinos.
Esta vez la cara B fue mejor que la cara A.
Es un lugar único, difícil de describir y muy fácil de sentir la perdida de las horas hasta que el día se consume.
Agua y selva por todos lados, acabar debajo de una catarata y sobre todo un saludo para Willy, ese pequeño coatí que emulando a un ladrón de guante blanco que dejó sin comida a mas de un despistado.
Fue uno de los mejores días de esas vacaciones, rodeado de bichos, disfrutando de un viaje a través de un río con sus cocodrilos incluidos o su ultima sorpresa en forma de gigante caída de agua en la que realmente te sientes, otra vez, tan pequeño como único.
Bueno lo habíamos dejado muertos de frío en los Andes, entre chocolates calientes, montañas gigantes y el cubito de hielo mas grande del mundo.
La verdad es que como somos personas de extremos pues nada mejor que coger otro avión y pasar de algún que otro grado bajo cero, a mas de treinta.
Llegar, sudar como cerdos y agarrarte a cualquier sitio viajando con taxistas suicidas para acabar en un hostal con piscina y rodeados de todo tipo de fauna de dos o cuatro patas.
Llegamos a la carrera y casi sin dejar las mochilas y con el pasaporte en la boca saltamos a Brasil para ver una de las imágenes mas impactantes que la naturaleza puede regalarte.
Eso sí, íbamos a ver cataratas y agua, pero lo primero que nos recibió fue una de esas tormentas tropicales que te calan hasta los huesos en menos de dos segundos.
Empapados pero felices descubrimos que aun quedan sitios que te quitan el aliento, una selva, muchas cataratas y sobre todo esa sensación de estar en mitad de ninguna parte te hacen sentirte afortunado y único.
Con esa experiencia al final del día en la retina, volvimos a esa especie de camarote de los hermanos Marx que teníamos por hostal, donde, el requesón en los oídos, el poco interés de la gente y la gran cantidad de personas que se acumulaban entre la humedad y el calor, nos hizo pasar sin pena ni gloria.
Al día siguiente volvimos al otro lado, ver la cara B de Iguazu, desde los ojos argentinos.
Esta vez la cara B fue mejor que la cara A.
Es un lugar único, difícil de describir y muy fácil de sentir la perdida de las horas hasta que el día se consume.
Agua y selva por todos lados, acabar debajo de una catarata y sobre todo un saludo para Willy, ese pequeño coatí que emulando a un ladrón de guante blanco que dejó sin comida a mas de un despistado.
Fue uno de los mejores días de esas vacaciones, rodeado de bichos, disfrutando de un viaje a través de un río con sus cocodrilos incluidos o su ultima sorpresa en forma de gigante caída de agua en la que realmente te sientes, otra vez, tan pequeño como único.
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