TEJADOS CON AGUJEROS

La verdad es que es difícil dar consejos o permanecer impasible cuando ves algo que no te gusta, algo que has vivido desde el otro lado de la moneda y que ahora, desde fuera piensas que es un error y un masoquismo al corazón.
Sin embargo, creo que soy el menos oportuno para dar consejos o ponerme el disfraz de luz de faro en la niebla de los sentimientos.
Sería hipócrita hacerlo, mucho, tanto como las puñaladas traperas que he ido dando durante estos dos años, sin ninguna intención de herir pero haciendo heridas, tan profundas como oscuras las noches que pasé en vela, pensando que me daba miedo la soledad.
Y aun me da pavor, mucho y cada día, cada segundo, cada instante que uno se encuentra con sus fantasmas, sus pensamientos y sus añoranzas, siento cada uno de esos errores, cada una de esas decisiones como algo roto que dejé atrás, con ese miedo de buscar el santo Grial en unos ojos de diario.
Errores, siempre los mismos, siempre ese miedo a no disfrutar del momento, a no saber diferenciar lo que se siente, con el subidón de la madrugada y las ganas de huir de la mañana siguiente.
He roto tanto, tantas veces que pienso que tal vez lo merezca, merezca cada una de esas sensaciones, después de la pasión, que abordan mi mente, cada una de mis vendas en los ojos en pensar que tal vez dando un paso mas, solo uno, me enseñe que esa era la chica que me enseñaría a volver a creer en lo que dejé de creer hace años.
Siempre mentiras, a lo personal, a lo de obligarme a sentir por no estar solo y con ello creando naufragios, dolor e incomprensión, todo por no acostumbrarme a poder girar en la cama sin encontrar un tope.
Aun intento pelear con ello y pido perdón por los días que no lo conseguí, por los días que intente pero no pude, por los días que no me dejé querer.
Soy así, ese es mi miedo, mi sentimiento de ser invisible, de buscar la perfección desde la vergüenza, desde el no saber como romper el hielo y preferir echarlo en un cubata, en silencio, pensando que decir pero sin saber como pronunciarlo.
Un disfraz de seguridad cuando la pelea no es cuerpo a cuerpo, esa sonrisa, esa broma y ese toque encantador que no sabe analizar los gestos, las miradas o que si lo sabe, nunca piensa que el es el que lo recibe.
Son naufragios, islas desiertas que algunas he dejado atrás para no regresar, otras en cambio, se han convertido en compañeras de viaje cuando la pasión se transformó en amistad.
Es a ellas a las que pido perdón en especial, porque vieron la cara oculta de mis miedos, de mi falsa indiferencia, del temblor de las piernas, de las palabras escritas para no ser leídas, esas que hablan de como me siento, de como soy y sobre todo las que hablan de las mil y un formas que he mentido delante del espejo.
Ahora con el paso del tiempo, recuerdo, simplemente recuerdo en esa morena que cuando aun soñaba con comerme el mundo, me lo dio todo y yo decidí quedarme sin nada, me alegro por ella, tal vez hubiese compartido mi infierno y no es a la persona que desearía que pagara esa penitencia.
Recuerdo a una rubia con la que me engañe, con la que quise creer que era para siempre, mientras buscaba en cama ajena lo que no podía encontrar en la propia, primero como algo prohibido y vergonzoso, después tan natural que ahora me da asco solo de pensar en lo que me convertí.
No la justifico, pero no puedo culparla por hacer lo que yo tantas veces hice, no fue eso lo que me hirió de ella.
Y llegamos al presente, maldito tiempo verbal, que siempre mira un pasito para adelante, presente lleno de sueños, de ideas para acallar los fantasmas, sin miedo a querer querer, pero con pavor al rechazo, así he sido y así seré, ambiguo, un Géminis de sangre, de esos que aunque digan que no crean el amor, desearía que la princesa de sus sueños lo rescatara de esta dura monotonía.