Vivir es estimular tus sentidos, es comerte el mundo a bocados, observarlo como si fuese tu última imagen, oler cada uno de los olores, buenos y malos que día a día descubres. Vivir es tocar cada segundo, manosearlo para desgastarlo y sobre todo oír, escuchar cada instante cada conversación, cada buen momento que las palabras de unos labios amigos puedan invitarte a disfrutar.
Somos estímulos, fijos o variables, somos los besos, los abrazos, las miradas, las palabras; somos todo lo que nos hace únicos, lo que hacen que nuestros segundos sean simplemente eso, nuestros.
Tendemos a vivir marcados por unos límites, algunos legales y escritos, otros impuestos por la sociedad.
Nos acomodamos en el gris que mata, en ese pequeño margen donde la imaginación, la espontaneidad o lo diferente, lejos de ser un don, es una tara a la vista del resto.
Nos tatuamos, nos perforamos o hacemos mil y una animaladas de más buscando nuestro propio sello.
Aunque aun así simplemente es nuestro aspecto y lo que realmente importa es nuestra mente, nuestra forma de ver, oler, tocar, saborear o escuchar el mundo.
O esa es mi forma de ver las cosas, la forma de ver el día a día de un daltónico, con el gusto y el olfato tocados por el tabaco, con algún callo en las manos y un pitido de serie en los oídos por haber escuchado demasiados conciertos seguidos.
Somos estímulos, fijos o variables, somos los besos, los abrazos, las miradas, las palabras; somos todo lo que nos hace únicos, lo que hacen que nuestros segundos sean simplemente eso, nuestros.
Tendemos a vivir marcados por unos límites, algunos legales y escritos, otros impuestos por la sociedad.
Nos acomodamos en el gris que mata, en ese pequeño margen donde la imaginación, la espontaneidad o lo diferente, lejos de ser un don, es una tara a la vista del resto.
Nos tatuamos, nos perforamos o hacemos mil y una animaladas de más buscando nuestro propio sello.
Aunque aun así simplemente es nuestro aspecto y lo que realmente importa es nuestra mente, nuestra forma de ver, oler, tocar, saborear o escuchar el mundo.
O esa es mi forma de ver las cosas, la forma de ver el día a día de un daltónico, con el gusto y el olfato tocados por el tabaco, con algún callo en las manos y un pitido de serie en los oídos por haber escuchado demasiados conciertos seguidos.
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