Nunca me gustaron las Navidades y todo ese teatro que se monta por un nacimiento consumista, donde las luces intentan tapar la oscuridad del resto del año.
Las cenas de familia donde se regala cariño en abrazos tan falsos como una carta marcada en una partida amañanada.
Las navidades no me gustan y estas menos aún por el dolor de la ausencia.
Por eso siempre se agradece encontrar una compañera de fugas, de esas que emulando a Steve Mcqueen, salta por encima de los arboles, las luces y los regalos, para cambiarlos por cafés, cañas y mostos sospechosos.
Son tarde de risas y aluvión de conversaciones dispares donde las canciones se mezclan con los asesinos en serie o el problema de los kubatas a las 6 de la tarde.
Son horas donde las sonrisas no son forzadas y la pena se aparca ante los defectos propios y ajenos, en forma de perdida de memoria selectiva o equivocaciones de días de la semana.
Es la forma de encontrarte cómodo mostrándote como eres y descubrir que te apetece conocer a gente.
Es darte cuenta que aun te puedes sorprender.
Las cenas de familia donde se regala cariño en abrazos tan falsos como una carta marcada en una partida amañanada.
Las navidades no me gustan y estas menos aún por el dolor de la ausencia.
Por eso siempre se agradece encontrar una compañera de fugas, de esas que emulando a Steve Mcqueen, salta por encima de los arboles, las luces y los regalos, para cambiarlos por cafés, cañas y mostos sospechosos.
Son tarde de risas y aluvión de conversaciones dispares donde las canciones se mezclan con los asesinos en serie o el problema de los kubatas a las 6 de la tarde.
Son horas donde las sonrisas no son forzadas y la pena se aparca ante los defectos propios y ajenos, en forma de perdida de memoria selectiva o equivocaciones de días de la semana.
Es la forma de encontrarte cómodo mostrándote como eres y descubrir que te apetece conocer a gente.
Es darte cuenta que aun te puedes sorprender.
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