Los aeropuertos son como hospitales, con sus salas de espera, afinados como ganado esperando que tu "caja de cerillas" salga a volar.
Son pájaros de acero, incómodos, impersonales y sobre todo intolerantes con la ley de la gravedad.
Siempre pensé que era antinatural volar y me hubiese gustado no tener que coger todos aviones, pero lamentablemente, el tiempo corre detrás de mí como un génesis en una película de terror que nunca quise ser protagonista.
Hay cosas que cambiaría, otras que debo cambiar y son en estos momentos donde te das cuenta que hay que aprender a andar.
Tenemos que perder un poco de comodidad, por volver a ser personales, a volver a sentir el contacto humano que tanto se echa de menos en estos días.
Es hablar sobre cualquier cosa, con alguien que apenas conoces, es sentarte en unas escaleras a disfrutar de un buen día mientras enciendes un cigarrillo.
Son las noches de mal dormir, de mal pensar y sobre todo de sentir.
Son mañanas de recordar, asimilar todo lo que los poros de tu cerebro y memoria aspiran como el frío aire que despeja tus ideas.
Seguramente será una entrada mas, de estas de visitas anónimas pero para mí comienza el punto y aparte de la zona de no retorno.
Comienzo a valorar que estrellarse o no deja de ser importante, porque no puedes controlar los retrasos, las sensaciones y los recuerdos.
Son pequeños trozos del puzzle que cada uno de nosotros creamos y montamos como nos da la gana, porque por algo es nuestra vida.
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