La guerra de soldados de carne y hueso es estúpida, provocada por estúpidos y sufrida por gente inocente.
Es ley de vida, la estupidez parece que siempre estará adherida a nuestra memoria genética, esa estupidez que nace de nuestro miedo, de nuestras peores pesadillas.
Las guerras de carne y hueso las ves venir y te las ofrecen todos los días en las noticias.
Las bajas son un número, rostros sin nombre que vemos pasar a la hora de comer entre cada cucharada, haciendo que la vida, si es a través de una pantalla de televisión no sea tanta vida.
Sin embargo la cosa cambia cuando las batallas pasan a ser personal, escaramuzas diarias por nuestra supervivencia.
Son peleas por conseguir algo tan "humano" como una vivienda, una estabilidad laboral o simplemente una paz en lo personal.
Es esa paz personal la que nos hace a veces pelearnos con nosotros mismos, con nuestros miedos y dudas. Todos tenemos un pasado, una memoria emocional de mil batallas perdidas, de mil derrotas cuando la victoria iluminaba nuestros ojos y casi podíamos saborearla con la boca.
Tal vez eso nos hace buscar una armadura mas dura para cubrir nuestros órganos vitales, para intentar que nadie mas pueda perforarlos después de tocarlos, es algo natural, instintivo, es la forma que encontramos la manera de sobrevivir.
Sin embargo a veces las batallas vuelven a nuestra vida, nos gusta la adrenalina, la victoria suprema sobre las mil derrotas anteriores.
Aunque siempre sondeará el miedo a todo aquel pasado, a esas guerras de fango y ojos vidriosos, a esa sensación de asesinato de las sonrisas y sobre todo el vacío de la ausencia de realidad, mas lejos de recuerdos con sabor a sal.
Esa es la prueba de fuego, las ganas de victoria, de conquista del tesoro que esta mas lejos de las balas, de las explosiones y las trincheras.
Las ganas de victoria y pelear cuando todo parece que se va acabar tras la siguiente bombardeo.
Es sentirte héroe de tu propia vida, de tus propias guerras en las que no eres el propio combatiente, batallas en la que tiras de tu compañero de armas hasta la siguiente trinchera, da igual sus reproches, sus ganas de que lo dejes tirado entre el barro porque no lo puedes.
Sientes que si el se queda atrás tu no podrías seguir hacia delante, así que no hay quejas, no hay golpes que valgan o lamentos suficientes que hagan que no sigas tirando de él.
Porque sabes que tu compañer@ de armas es todo lo que te queda humano en esta guerra para vencer algo tan poco tangible como enemigo como son los fantasmas del pasado.
Es ley de vida, la estupidez parece que siempre estará adherida a nuestra memoria genética, esa estupidez que nace de nuestro miedo, de nuestras peores pesadillas.
Las guerras de carne y hueso las ves venir y te las ofrecen todos los días en las noticias.
Las bajas son un número, rostros sin nombre que vemos pasar a la hora de comer entre cada cucharada, haciendo que la vida, si es a través de una pantalla de televisión no sea tanta vida.
Sin embargo la cosa cambia cuando las batallas pasan a ser personal, escaramuzas diarias por nuestra supervivencia.
Son peleas por conseguir algo tan "humano" como una vivienda, una estabilidad laboral o simplemente una paz en lo personal.
Es esa paz personal la que nos hace a veces pelearnos con nosotros mismos, con nuestros miedos y dudas. Todos tenemos un pasado, una memoria emocional de mil batallas perdidas, de mil derrotas cuando la victoria iluminaba nuestros ojos y casi podíamos saborearla con la boca.
Tal vez eso nos hace buscar una armadura mas dura para cubrir nuestros órganos vitales, para intentar que nadie mas pueda perforarlos después de tocarlos, es algo natural, instintivo, es la forma que encontramos la manera de sobrevivir.
Sin embargo a veces las batallas vuelven a nuestra vida, nos gusta la adrenalina, la victoria suprema sobre las mil derrotas anteriores.
Aunque siempre sondeará el miedo a todo aquel pasado, a esas guerras de fango y ojos vidriosos, a esa sensación de asesinato de las sonrisas y sobre todo el vacío de la ausencia de realidad, mas lejos de recuerdos con sabor a sal.
Esa es la prueba de fuego, las ganas de victoria, de conquista del tesoro que esta mas lejos de las balas, de las explosiones y las trincheras.
Las ganas de victoria y pelear cuando todo parece que se va acabar tras la siguiente bombardeo.
Es sentirte héroe de tu propia vida, de tus propias guerras en las que no eres el propio combatiente, batallas en la que tiras de tu compañero de armas hasta la siguiente trinchera, da igual sus reproches, sus ganas de que lo dejes tirado entre el barro porque no lo puedes.
Sientes que si el se queda atrás tu no podrías seguir hacia delante, así que no hay quejas, no hay golpes que valgan o lamentos suficientes que hagan que no sigas tirando de él.
Porque sabes que tu compañer@ de armas es todo lo que te queda humano en esta guerra para vencer algo tan poco tangible como enemigo como son los fantasmas del pasado.
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