Sentimos la vida y la vivimos como nos viene, sin dudar, sin poder moldearla y no duda en quitarnos o darnos cosas sin ningún tipo de intercambio equivalente.
Nos crea o creamos islas desiertas, esas que la soledad nos llama o nos encuentra y nos acerca a ella como si fuese una luz para las moscas.
Podemos estar solos, físicamente hablando. Estar perdidos en una ciudad extranjera, por un golpe de la vida o simplemente porque a base de distanciarse se olvida que atrás queda gente que te importa.
Esa soledad es fácil de combatir con un teléfono, una foto o un recuerdo que te haga volver a coger fuerzas para ahuyentarla y coger fuerzas para seguir para adelante.
El problema es cuando estas rodeado de gente y te sientes solo, ese realmente es un virus jodido de combatir. Los golpes del corazón, los reveses del día a día o la agobiante rutina nos hacen cerrarnos, fruncir el ceño y olvidar la sonrisa en un oscuro armario.
Da igual los recuerdos, las llamadas o las fotos, nada sirve para llenar ese vacío ficticio.
Eso nos atormenta, nos encierra en nuestra isla y nos volvemos ciegos para no tener que ver lo que en realidad existe.
Nosotros no elegimos a la gente importante de nuestra vida, ellos nos eligen a nosotros y SIEMPRE existe alguien, uno, dos tres...no son muchos pero gracias a ellos nuestra isla, nunca será una isla desierta, sino una que a veces crece tanto la hierba de las dudas que no nos deja ver que al otro lado, en la otra playa siempre habrá alguien para encontrar nuestra sonrisa.
Renaciendo
Hace 10 años
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