12/01/2011

DESENCUENTOS DE HADAS (FINAL)

Cuando la joven cruzo la puerta y se encontró en un lugar totalmente diferente, la verdad estaba empezando a acostumbrarse a aquellos viajes relámpago a través de los lugares de los cuentos.
Aquel lugar, era igual de blanco que el sanatorio en el que Alicia pasaba sus días entre fiesta imaginaria y pastillas.
Frente a ellos había otra puerta de madera, sin ningún otro detalle que decoraran las blancas paredes de alrededor.
- Estamos de nuevo en el manicomio.- Preguntó Erika.
- Se parece.- Contestó el hada.- Los cerdos no son muy buenos haciendo edificios.
La joven abrió la puerta.
- Odio las resacas, por cierto, esconde la botella dentro de tu chaqueta.
Erika hizo caso al hada y traspasó la puerta que daba paso a una sala mucho mas amplia, iluminada y con los mismos cuadros de paisajes colgadas por todos lados.
Había multitud de mesas todas ellas ocupadas por ancianos y ancianas que jugaban a las cartas, al dominó o simplemente miraban fijamente algún cuadro con la mirada perdida.
- Buenos días, bienvenidos al asilo Oz.- Les abordó un hombre de hojalata.- El descanso de todas las almas malvadas del lugar.
Erika miró sorprendida ante aquel ser, vestido con una bata blanca, que relucía aun mas su metálica piel.
- Déjate de rollos chatarra.- Contestó timbre.- Vengo a ver al viejo.
- Pequeña maleducada.- Replicó el enfermero.- Esta donde siempre, junto a la tele.
Timbre le hizo un gesto a Erika para que se dirigiera al fondo de la sala, hasta el rincón mas apartado de la misma.
Mientras andaba la joven se fijó en todos aquellos ancianos que ocupaban las mesas.
Eras personas realmente mayores.
Sus ojos vidriosos, sus cabelleras blancas y alborotadas, sus narices puntiagudas, sus verrugas o sus afiladas uñas, daban una idea de quienes fueron en el pasado.
- Nosotros nos volvimos depravados.- Oyó decir a Timbre.- Ellos se quedaron en el paro.
- ¿Son las brujas de los cuentos?
- Son las brujas, magos y todo aquel que alguna vez fue malvado.
Pasaron junto a cuatro viejas decrepitas que chillaban sin cesar con un montón de cartas sobre la mesa.
- Fíjate.- Dijo señalando a las brujas.- De hacer malvados planes a discutir al chinchón.
Las brujas no hicieron ni caso a la joven y continuaron con su acalorada discusión.
- Patético.- Concluyó Timbre.
Al final de la sala había un anciano solitario, vestido con un impoluto uniforme rojo de capitán de barco.
Aquel anciano miraba atentamente a una televisión donde había puesto un documental sobre el mar, mientras con ceño fruncido no dejaba de hablar entre susurros.
- Buenas tardes capitán.
Timbre mientras sobrevolaba a pocos centímetros de la cara del anciano.
- Maldita hada.- Gruñó el viejo.- tuve que acabar contigo cuando pude.
- Relaja viejo.- Contestó sonriente Timbre.- Que siempre me equivocas con mi hermana.
Erika se quedó mirando a aquel anciano con nariz aguileña y comenzó a intuir de quien podía tratarse.
En ese instante llego un espantapájaros vestido de enfermero, o tal vez era un enfermero vestido de espantapájaros. La verdad era que Erika ya no sabía lo que veía y dejaba de ver, en aquel extraño mundo.
- Haber capitán.- Dijo el enfermero mientras le tendía un pequeño vaso de plástico.- Tu medicación.
- Mierda de pastillas.- Replicó el anciano mientras se las tomaba.
El enfermero no se preocupó siquiera en ver si había tragado la medicación y se alejó en dirección a las cuatro brujas que jugaban a las cartas.
Tan pronto como comprobó que nadie miraba el viejo se sacó las pastillas de la boca y las escondió en el sofá.
- ¿Quién demonios es esta?- Preguntó mirando fijamente a Erika.
Fue entonces cuando la joven comprendió realmente, que aquel indefenso anciano había sido uno de los personajes fantásticos que mas la habían aterrado en su niñez. Aquel capitán con su temible tripulación, aquel corsario que aún reflejaban aquellos ojos negros como la noche. Aquel viejo capitán que una y otra vez quiso atrapar sin conseguirlo al niño que nunca debió abandonar el país de nunca jamás para montar un bar.
- Dale la botella.- Oyó decir a Timbre.
Erika sacó el Ron debajo de su chaqueta y se lo dio al anciano quien lo cogió con avidez. La joven no pudo evitar fijarse en su mano derecha, una mano que no se movía puesto que estaba echa de plástico.
El capitán observó a la joven.
- ¿Te gusta mi mano?- La preguntó enseñando una sonrisa sin la mitad de los dientes.
- No es eso, es que
- A mi también me da asco.- Le cortó el capitán.- Mi garfio era otra cosa.
- Ya empezamos.- Replico Timbre.
El anciano la miró con cara de odio mientras daba un largo trago a la botella.
- Mi barco, mi tripulación.- Continuó.- Incluso ese maldito Cocodrilo.
El viejo dio otro largo trago a la botella, mientras parte de aquel dorado líquido se derramaba por la comisura de sus labios.
- Y mírame ahora.- Concluyó.- Aceptando limosna de mi odiado enemigo.
Timbre se posó en la boquilla de la botella mientras miraba con una amplia sonrisa al capitán.
- Entonces le diré a Peter que no te consiga mas Ron de contrabando.
El anciano hizo un aspaviento para apartar al hada.
- Mejor dile que venga a visitarme.- Respondió el viejo.- Aun tengo mi espada guardada para él
Timbre se volvió a posar en el hombro de Erika.
- Nos vamos.
La joven dejó al viejo dando otro trago al Ron y tomó el camino por el que había venido.
- ¿Por qué le ayudas si sigue queriendo matar a Peter Pan?- Preguntó Erika
- Porque sigue siendo el Capitán Garfio y no lo ha olvidado.
Pasaron de nuevo junto a las cuatro brujas que ahora estaban mucho mas calmadas después de la medicación.
- Míralas son lamentables.- Continuó Timbre.- Se han olvidado de todo.
Las ancianas ni se molestaron en levantar la vista de sus cartas.
- Ya no hay manzanas o agujas envenenadas en sus drogadas cabezas.
Timbre negó con la cabeza.
- Tan solo existe el Chinchón, comer y dormir.
La joven llegó hasta a la puerta por la que habían entrado.
- Bueno es hora que vuelvas Erika, cierra los ojos.
Erika obedeció y cerro los ojos mientras notaba como sus pies se separaban del suelo durante un instante.

Cuando los abrió había vuelto a su cocina, todo estaba como ella lo había dejado, incluso la leche aún humeaba. Parecía que no había pasado ni un segundo desde que Timbre la enviara a conocer como había acabado el mundo de los sueños.
- Bueno es hora que vuelva a mi casa.- Dijo el hada mientras se metía en el tarro de colacao.- Ciérrame la tapa cuando te vayas.
- ¿Te vas ya?- Preguntó la joven.
- La resaca me esta matando y ya has visto que para lo que hay que ver, mejor dormir.
La joven miró a Timbre quien se giró para dedicarle una sonrisa llena de tristeza.
- Me lo he pasado bastante bien.- Dijo el hada.- Un placer Erika.
- Lo mismo digo Timbre.
El hada se metió en el tarro, la joven cerró la tapa y lo guardó con mucho cuidado en el armario.
Sus ojos se fijaron entonces en un tarro de café que debía de tener el mismo tiempo que el de colacao, por lo descolorido de su etiqueta.
Erika recordó entonces lo que Timbre le había dicho sobre las casas de las hadas y los genios, cogió el embalse y lo frotó simplemente por tentar a la suerte.
La tapa salió disparada y una nube de café salió al exterior del tarro, dando forma casi al instante a una figura humana con un turbante azul en la cabeza y un chaleco del mismo color.
- Tienestresdeseospideloquequieras.- Dijo a toda velocidad el genio.
Erika no sabía que le estaba diciendo aquel ser.
- Vengaquenotengotodoeldía.- Continuó
Entonces la joven comprendió que no es que hablara un idioma raro, sino que hablaba demasiado rápido.
- Mas despacio que no te entiendo nada.
- Di, go.- Gesticuló el genio.- Tie, nes, tres, de, se, os.
- Tampoco tan lento.
- Haber niña.- Replico con tono enfadado el ser.- Piensa el primero que no tengo todo el día.
- Oye cálmate
- Vive en un tarro lleno de café durante años y luego me dices que me calme.
Erika quiso replicar pero el genio volvió a ser mas rápido.
- Bueno piensa tu primer deseo.
La joven pensó en dinero, en fama o en cualquier otra cosa que toda persona hubiese deseado en su situación. Sin embargo, no podía sacarse de la cabeza todo aquel mundo que acababa de visitar, todos aquellos cuentos que tanto había cambiado.
Recordó a caperucita, a su caperucita tan dulce y risueña, a los tres cerditos que tanto pelearon contra el lobo, a Alicia y todos aquellos que alguna vez habían ilusionado a Erika.
- Valedeseoconcedido.- Dijo el genio.
- Si aún no he pedido nada.
El genio esbozó una sonrisa.
- Créeme.- Dijo chascando los dedos.- Ya lo has hecho.
En ese instante el genio desapareció y Erika se preguntó que había pedido, cuando el tarro de colacao comenzó a moverse violentamente.
La joven volvió a coger el bote donde vivía Timbre y lo abrió para comprobar si el hada continuaba allí. Al abrirlo el hada salió volando a toda velocidad con una pequeña maleta en cada mano.
Esta vez vestía con un vestido verde y una diadema de flores decoraba su liso pelo rubio que resaltaban sus ojos azules.
- Bueno Erika aquí nos despedimos.- Dijo esbozando una sonrisa.- Gracias.
- ¿Gracias?- Respondió la joven.
- Por pedir que los cuentos vuelvan a ser como eran.
Timbre dejó las maletas sobre la mesa.
- Ahora vuelvo a tener una linda casita en Nunca Jamás y todo vuelve a ser como antes.
- Pero si yo no pedí nada.
- Pero deseaste que los cuentos volviesen a ser como eran.
Erika comprendió que su corazón había hablado antes que su cabeza y su deseo había sido pensando en que todos los niños debían conocer aquellos cuentos, tan llenos de moralejas y mundos fantásticos.
Ella había conseguido que volvieran a ser como debían ser, pero aquello solo se podía mantener gracias a que la gente no volvieses a olvidarlos.
- Antes de irme.- Sonrió Timbre.- ¿Tienes un cigarro?
- Hay cosas que no cambian, ¿verdad?
El hada recogió de nuevo sus maletas y sonrió de nuevo a la joven.
- Es broma.- Contestó el hada.- Gracias por todo en serio.
En ese instante el hada desapareció dejando a la joven sola y con un sentimiento de tristeza invadiendo todo su ser.
En ese instante se fijó en un libro que había sobre la mesa, estaba segura que ahí no había nada antes que Timbre desapareciera.
Erika cogió el libro y se fijó en una pequeña tarjeta que sobresalía entre sus hojas.
- Porque te mereces tu propio cuento.- Leyó en voz alta.- Firmado, Timbre.
La joven abrió el libro y leyó el titulo de aquel cuento llamado “Desencuentos de hadas” y llena de curiosidad, decidió leer el principio de aquel relato con extraño título.
“Entró en la cocina como todas las mañanas, con las legañas bien situadas y bostezando, esa era su rutina, su día a día antes de que el estrés de la ciudad la envolviese.
Abrió el armario y vio aquel viejo tarro de colacao, con la etiqueta descolorida, demostrando que el tiempo que llevaba allí se contaba como años.”
La joven se identifico enseguida en aquellas líneas y cerró aquel libro con una sonrisa en la boca. Llegaba tarde al trabajo, así que cogió su chamarra y se dispuso a salir por la puerta, no sin antes, lanzar una última mirada al libro deseando poder volver a casa para leer aquel regalo en forma de cuento, que Timbre le había dado.
Aquel sería su cuento preferido, el cuento que le recordaría que jamás hay que dejar de soñar. Ese cuento le recordaría que por muchos años que pasasen, por muchos niños que naciesen, aquellos cuentos seguirían ahí para hacer volar su imaginación.
A cambio tan solo pedían no olvidarse de ellos.

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