Todos tenemos puntos de inflexión, generalmente, cuando se nos jode algo de la maquinaria. Son los temidos o amados cambios de dirección, cuando la veleta sopla hacia otro lugar y las cosas a tu alrededor deja de funcionar como hasta un segundo antes estaba funcionando.
Nos acomodamos y al sentir esos cambios nos da por reflexionar, pensar o buscar miles de razones para no cambiar lo malo conocido que lo bueno por conocer, sin entender, que casi todo en esta vida tiene una fecha de caducidad impresa.
Quizás porque no queremos dejar de pensar como los niños sin maldad nos atamos a futuros que no necesitamos, alimentando el espejismo en forma de esperanza que nos hace cerrar los ojos y no ver la cruda realidad.
Sin embargo todo tiene un tope y como no somos de hierro solemos reventar como globos a los que has metido demasiado aire, sintiendo, que nos precipitamos de forma muy peligrosa hacia el suelo.
Entonces nos remendamos con pespuntes que a pesar de detener el golpe no nos libran de seguir perdiendo altura, mas lentamente, pero con el mismo fatídico final. Es cuando valoramos y elegimos, no sabemos si acertadamente, que quizás hay demasiado lastre en los bolsillos, demasiado peso antes en forma de oro pero ahora carente de ese valor que te hizo llevartelo de viaje. Así que lo lanzamos fuera, lejos, recuperando la altura para seguir en el aire pero sin saber si ha sido una decisión correcta.
Nos acomodamos y al sentir esos cambios nos da por reflexionar, pensar o buscar miles de razones para no cambiar lo malo conocido que lo bueno por conocer, sin entender, que casi todo en esta vida tiene una fecha de caducidad impresa.
Quizás porque no queremos dejar de pensar como los niños sin maldad nos atamos a futuros que no necesitamos, alimentando el espejismo en forma de esperanza que nos hace cerrar los ojos y no ver la cruda realidad.
Sin embargo todo tiene un tope y como no somos de hierro solemos reventar como globos a los que has metido demasiado aire, sintiendo, que nos precipitamos de forma muy peligrosa hacia el suelo.
Entonces nos remendamos con pespuntes que a pesar de detener el golpe no nos libran de seguir perdiendo altura, mas lentamente, pero con el mismo fatídico final. Es cuando valoramos y elegimos, no sabemos si acertadamente, que quizás hay demasiado lastre en los bolsillos, demasiado peso antes en forma de oro pero ahora carente de ese valor que te hizo llevartelo de viaje. Así que lo lanzamos fuera, lejos, recuperando la altura para seguir en el aire pero sin saber si ha sido una decisión correcta.
La solución es bien simple. Añoranza.
Si sientes que el recuerdo tan solo es eso un recuerdo o que por primera vez en muchísimo tiempo estas sin ganas de librar ninguna batalla. Si valoras lo que tienes y no lo que perdiste por el camino sin importar demasiado el motivo o la razón. Si entiendes que cargaste con cosas que no debías cargar y de rebote casi te dejas en tierra cosas valiosas que no embarcaste.
Son estos supuestos los que te hacen saber que, aunque sea de momento, el cielo vuelve a estar en calma para seguir volando.
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