Así debería llamarse realmente este mes, que empezó como una simple tormenta y terminó por convertirse en aguacero. Es normal que los cambios afloren cuando se llega a fin de año, es innato, tanto como las promesas del 31 de Diciembre que olvidamos el 1 de Enero.
Sin embargo, cuando todo se junta, cuando descubres que ese tornado absorbe, voltea y revuelve tu mundo con violencia, cuando no sabes si estas arriba o abajo, sientes que te falta el aire. Oxigeno. Ganas de perderte en la montaña mas lejana, raparte el pelo y dedicarte a darle golpecitos a una campana intentando buscar el fabuloso río de la vida, ese Nirvana que te ofrecerá todas las soluciones.
Lamentablemente sino eres creyente es difícil que encuentres algo hacia que hipotecar tu fe.
Tan solo quedan destrozos, cosas rotas y sin sentido, tan solo te quedan las ganas de llorar al comprender, que has llegado hasta tu límite de aguante. Ni eres fuerte ni eterno, tan solo otra persona de carne y hueso con sus virtudes/defectos. Solo te queda aferrarte a los pocos valores que han quedado de pié, tomar tus decisiones y acatar las consecuencias. Tan solo te queda sorprenderte al comprobar que hay ciertos pilares que incluso tu pensaste que se caerían en cualquier momento han aguantado el embiste, otros en cambio, cayeron contra todo pronóstico.
Este es el maravilloso juego al que nos toca jugar sin querer jugarlo.
Esa partida de cartas tapadas, sin saber si hemos acertado en utilizar ciertas palabras, hasta que el tiempo nos dé o nos quite la razón. Es hora de cerrar heridas de guerras ajenas o propias, no de buscar perdón o redención, pero sí de hacer lo correcto en algo que hace tiempo dejó de ser divertido. Tiempo para arrimarte a los que te arropan, de arropar a los que se arriman, tiempo de cambios, de reconstruir pactos y afianzar las relaciones, esas perdidas en el tiempo, las circunstancias o la cabezonería. Es hora de bajar la guardia y dejar que te ayuden a sanar las heridas, de intentar no cargar con mas peso del que tu espalda pueda soportar o de vivir sin ataduras, sin ganas de discutir o perder el poco tiempo que tenemos en buscar enemigos, no, no creo que valga la pena enturbiar buenos momentos por un final inesperado.
Es tiempo de reconstruir lo destruido y formar algo nuevo.
Renaciendo
Hace 9 años
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