Cualquier regreso guarda en el baúl de la memoria pequeños retazos de recuerdos. Vivencias que como el vino, se avinagran hasta perderse en el presente o bien se convierten en pequeñas dosis de buenos sorbos cuando algo te lo hace recordar en el futuro.
Este viaje no ha sido diferente a cualquiera de mochila al hombro y zapatillas de deporte.
Un pequeño salto a través de un océano a un país con tantas similitudes como diferencias, un lugar conocido pero sorprendentemente desconocido cada paso, a cada hora, a cada día en el que el madrugar era simplemente para poner la grabadora de tus pupilas listas para enmarcar una nueva fotografía al natural, de esas que captas en el momento y no es hasta volver a estar tumbado en tu cama cuando te dignas a mirarlas de nuevo. Imágenes estáticas donde el agua de unas cataratas, el caos de una ciudad o una buena conversación al compas de una parrilla despiertan ahora una mezcla de sensaciones, sonrisas o miradas perdidas de melancolía.
Tal vez todo se resuma en una sola secuencia, de esas de planos fijos y que absorbe todo a su alrededor como si de un gigantesco agujero negro, eso es para mí Buenos Aires. Tal vez podía hablar de quebradas, de cerros de colores o mil y una vivencias por carreteras donde camino rural sería ser muy optimista para definir una calzada. Pero no, no es eso lo que ha devorado parte de mi sonrisa o me ha aportado parte de felicidad, no de la de las perdices, sino de esa agridulce que te ofrece la realidad. Eso es para mi Buenos Aires.
Un ser vivo con miles de caras, de ruidos, olores o sabores contrastados, desde el rancio humo de los millones de tubos de escape hasta el sabor de una buena carne a la parrilla. El dulce sabor de sus dulces o su agria hierba, mate y termo. Eso es para mí Buenos Aires.
Los colores vivos de un barrio, de la pasión por el Azul y Amarillo de una hinchada de esas de balón y dos porterías o el negro color en la que se sume cuando el sol cae y pierde el sonido para que el silencio de los cartoneros recorra sus calles. Eso es para mí Buenos Aires.
Espacio de monumentos, de casas de colores atípicos o plazas que no olvidan lo que el pasado les arrebató, por mucho que quieran enterrar el terror que cualquier dictadura arrastra cuando los genocidas son finalmente ahogados por la lucha de la libertad. Lugar de héroes anónimos, de esos que pelearon y desaparecieron o trileros que insultan aquella lucha con burdas imágenes de lo absurdo, del engaño o la teatralidad lejos de los genios de los cientos de escenarios que pueblan los teatros. Eso es para mí Buenos Aires.
Esa mezcla que hace que todo parezca demasiado pequeño, y por mucho que te quieras colocar medallas de urbanita, te das cuenta al recorrer sus cuadras que sigues siendo demasiado pequeño para sobrevivir a ese caos, tan atrayente cuando tu pie derecho pisa sus aceras, como repelente cuando es el izquierdo el que da el paso.
Eso es para mí Buenos Aires.
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