Aquí estamos otra vez, un martes con sabor a lunes y con anhelo de viernes. Un día de verano que parece invierno, llueve, hace frío y las cosas no salen como crees que saldrían cuando intentas darle una vuelta de tuerca a tu visión de la realidad.
Es como una adicción que se repite sin descanso.
Tal vez sea porque no sabemos vivir de otra forma que no sea enganchándonos a cualquier cosa que nos produzca el suficiente placer o dolor como para hacernos sentir únicos durante unos instantes.
Somos raros los humanos, capaces de echar humo por la boca a sabiendas que cada calada nos mata un poco más, nos hace toser y sentir tal mal sabor de boca que parece que nos hemos tragado un cenicero repleto de colillas. Pero no es suficiente para dejar para siempre el mechero en el armario.
Bebemos para celebrar, para recordar una fecha u olvidar una época. Bebemos hasta reventar porque es verano, porque creemos que las fiestas y los conciertos nos incitan a brindar por épocas pasadas o pactos renovados. Sin embargo todo eso podía ser evitado.
Nos drogamos por diversión, por aguante o por mera impresión de sentir algo diferente, sin comprender que es un juego tan peligroso como excitante. Pero no por ello vemos una buena idea cambiar de dirección.
La verdad es que no son las adicciones las que nos buscan sino nosotros las que corremos detrás de ellas, y sino las alcanzamos, pues buscamos unas nuevas en forma de redes virtuales que devoran nuestros preciados minutos de ocio.
Sin embargo no hace falta irse tan lejos, con observar las a las personas te dás cuenta que quizás, cada una de las decisiones, acciones o reacciones que tomamos pueden desembocar en una adicción.
Los hay adictos al trabajo, esclavos de sus hobbies o yonkis del amor. Todos con sus ramalazos, sus delirios y síndromes de abstinencias, que hacen que poco a poco su cordura se vaya apoderando de su cuerpo.
Pero sin duda la peor adicción es la soledad, esa que se crea en tu pecho cuando tras un revés decides cerrarte herméticamente. Es cómoda y sobre todo muy peligrosa, porque poco a poco empiezas a convertirte en una sombra de lo que eras. Te vuelves irritable, esquivo y tan poco comunicador que tus parcas palabras son mal interpretadas como un ataque, una ofensa o un intento de análisis. Nada mas lejos de la realidad, sino es una nueva y torpe manera de intentar borrar la memoria y los momentos prejuiciados, de dar una oportunidad a que no tengas que estar de morros por la mera razón de cumplir con interpretación de ser humano enfadado con el mundo.
Aunque a veces ser torpe se confunde con borde y como las palabras las carga el diablo y más si están escritas en una pantalla, creo que hoy la he vuelto a cagar.
Tal vez es porque mi mayor adicción sea esa quasi necesidad de meter la pata aunque quiera hacer lo correcto.
Si ha sido así, lo siento.
Es como una adicción que se repite sin descanso.
Tal vez sea porque no sabemos vivir de otra forma que no sea enganchándonos a cualquier cosa que nos produzca el suficiente placer o dolor como para hacernos sentir únicos durante unos instantes.
Somos raros los humanos, capaces de echar humo por la boca a sabiendas que cada calada nos mata un poco más, nos hace toser y sentir tal mal sabor de boca que parece que nos hemos tragado un cenicero repleto de colillas. Pero no es suficiente para dejar para siempre el mechero en el armario.
Bebemos para celebrar, para recordar una fecha u olvidar una época. Bebemos hasta reventar porque es verano, porque creemos que las fiestas y los conciertos nos incitan a brindar por épocas pasadas o pactos renovados. Sin embargo todo eso podía ser evitado.
Nos drogamos por diversión, por aguante o por mera impresión de sentir algo diferente, sin comprender que es un juego tan peligroso como excitante. Pero no por ello vemos una buena idea cambiar de dirección.
La verdad es que no son las adicciones las que nos buscan sino nosotros las que corremos detrás de ellas, y sino las alcanzamos, pues buscamos unas nuevas en forma de redes virtuales que devoran nuestros preciados minutos de ocio.
Sin embargo no hace falta irse tan lejos, con observar las a las personas te dás cuenta que quizás, cada una de las decisiones, acciones o reacciones que tomamos pueden desembocar en una adicción.
Los hay adictos al trabajo, esclavos de sus hobbies o yonkis del amor. Todos con sus ramalazos, sus delirios y síndromes de abstinencias, que hacen que poco a poco su cordura se vaya apoderando de su cuerpo.
Pero sin duda la peor adicción es la soledad, esa que se crea en tu pecho cuando tras un revés decides cerrarte herméticamente. Es cómoda y sobre todo muy peligrosa, porque poco a poco empiezas a convertirte en una sombra de lo que eras. Te vuelves irritable, esquivo y tan poco comunicador que tus parcas palabras son mal interpretadas como un ataque, una ofensa o un intento de análisis. Nada mas lejos de la realidad, sino es una nueva y torpe manera de intentar borrar la memoria y los momentos prejuiciados, de dar una oportunidad a que no tengas que estar de morros por la mera razón de cumplir con interpretación de ser humano enfadado con el mundo.
Aunque a veces ser torpe se confunde con borde y como las palabras las carga el diablo y más si están escritas en una pantalla, creo que hoy la he vuelto a cagar.
Tal vez es porque mi mayor adicción sea esa quasi necesidad de meter la pata aunque quiera hacer lo correcto.
Si ha sido así, lo siento.
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