Es difícil entender lo que siente otra persona, raramente se consigue y comprende. Hay momentos en los que por sensaciones o simplemente espasmos del lugar que te rodea intuyes lo que pasa por la cabeza de otro.
Raramente te invade una extraña sensación, mezcla de rareza y melancolía, como la que me invadió al caer la noche del viernes.
Tal vez sería por la gente, tal vez el clima o seguramente, las vacías y horriblemente iluminadas calles que recorríamos entre el silencio.
Que se yo.
No lo se, sinceramente porque creo que no se puede expresar con palabras. Si, tal vez sean personas, calles o coches iguales que los que ves a diario en el lugar donde vives, con la pequeña diferencia de no ser TU barrio, TUS amigos o TUS autobuses amarillos.
Al sentir aquello creí entender al bufón que en 27 metros sonríe cuando en realidad lo que desea es llorar y regresar.
Pensando todo aquello intenté ahuyentar a la soledad durante 72 horas de la mejor forma que se me podía ocurrir. Emborracharnos y hacer el gilipollas durante dos largas y para nada productivas horas.
Después de todo esto he comprendido que hay gente que es muy nula ligando, tanto en un bar como en un ofrecimiento directo para subir a un autobús. Que hay gente que jamás podrá ser actor. O que el ser humano disfruta de su propia estupidez, cosa que alabo de manera notoria porque la verdad es un lujo reírte de las gilipolleces que haces rodeado de buenos amigos.
Pero sobre todo y lo mas importante es que durante esos tres días conseguimos dibujar una sonrisa de corazón en alguien que realmente lo necesitaba y merecía a partes iguales.
Renaciendo
Hace 9 años
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