Te escribo esta carta porque la verdad nos conocemos desde hace ya tantos años, que creo que ya te puedo considerar hasta de la familia.
Es cierto que hemos pasado buenos ratos en todos los aspectos de la vida.
Tú con esa manía de convertir todo lo que tocas en un torbellino.
Yo con esa adicción a cerrar los ojos para dejarme llevar sin tener que pensar demasiado.
Todo perfecto hasta el día siguiente cuando o bien el dolor de cabeza o la recuperada conciencia, me hacen recordar que mi ama siempre me decía que no eres buen compañero. Pero como siempre pasa con los consejos de una madre, se escuchan tarde y mal, si es que se escuchan claro. Así que como buen experto de la memoria selectiva regreso a tu lado semana tras semana, día tras día buscando los buenos momentos de creación, esos en los que tu huracán deja caer algún fragmento de buena idea, de líneas desordenadas que intento sin mucho éxito ordenar con mi imaginación.
No voy a negarte que a veces es un infierno convivir contigo.
Tus caprichos por desordenar todo a tu antojo, por buscarme la locura para evitar que me atraiga la cordura del orden, de la cómoda normalidad que supone no gastar minutos en escribir en este blog, manchar de borrones las hojas ya escritas o buscar la manera de encontrar un equilibrio, que me ayude a bajar de esta montaña rusa en forma de vida. Mi atracción, con sus vueltas de campanas y caídas al infinito, con pocas victorias épicas y demasiadas derrotas cobardes, mi propia clase al recorrer mi camino a tu lado a pesar de los tropezones.
Tuyas son las buenas ideas que me han hecho disfrutar del placer por escribir algo para ojos ajenos pero también las malas que me han hecho tanto daño que a veces no duele, sino mas bien jode tan profundo que llega a quedar grabado durante mucho tiempo.
Bien pensado igual hasta tú tienes tu equilibrio.
Ofreciéndome retazos para que yo los escriba en papeles que después te encargarás de perder por mí.
Susurrándome al oído hasta que pierda los complejos y aparque la razón para terminar por despertándome dictándome una lista de errores a olvidar.
Obligándome a jurarme que no volveré hacer una cosa para esperarme a la vuelta de la esquina con un nuevo caramelo dispuesto a tentarme.
Así podía estar todo el día pero creo que sería inútil, creo que al final he comprendido que jamás podré comprenderte, tal vez lidiar contigo o incluso acallar tu voz durante un tiempo, pero en el fondo, siento que lo que me hace ser como soy es tu presencia en cada una de mis palabras, acciones o sobre todo, locuras de enajenación transitoria con tintes de la mayor de la cordura.
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