5/04/2012

CHISPAZOS

Cada uno acabamos recorriendo nuestro camino como nos da la gana, que si algo tenemos es el poder elegir el ritmo con la que damos nuestros pasos...bueno tampoco es cierto, seguramente la vida de locos que nos obligan a llevar a cabo nos hace ser mas rápidos de lo que realmente deberíamos o querríamos que fuese nuestro paseo.
Corriendo de un lado para otro, con la cabeza en una cosa mientras los pies nos llevan a otro lado, con nuestro teléfono como un nuevo apéndice incorporado a nuestra oreja, nuestra continua necesidad de hacer saber al mundo donde estamos a base de fotos o frases chorras en cualquiera de las redes sociales a las que estamos adictos. Buscando conexiones inalámbricas como antiguos buscadores de pepitas de oro con tal de poder seguir relatando nuestras vivencias aunque lo mas interesante que tengamos que contar sea que andamos algo sueltos de vientre.
Autómatas al servicio de los señores que controlan las ondas, ese ha sido nuestro salto evolutivo.
Yo no me libro por supuesto, hasta el punto, que a veces siento que me faltan horas para hacer todo lo que quiero, las cosas importantes, eso sí, siempre después de haber gastado mi valioso tiempo en escribir alguna chorrada sin sentido en forma de comentario.
Tal vez ayer a las 8 de la tarde cuando salí de mi rutina laboral me percaté de ello, para que nos entendamos, bajaba dirección al dulce hogar como si el mismísimo Satanás me estuviera pisando los talones, sorteando personas simulando un gran slalom pero sin nieve o jugandomé la integridad pasando los pasos de cebra con el último parpadeo del señor verde del semáforo.
Con mis cascos, mi música ratonera a todo trapo y pensando en las mil cosas que aún me quedaban por hacer antes de volver a mi fiel compañera la cama, vamos lo de siempre. Hasta que una canción me hizo disminuir mi carrera para disfrutar de ella, para darme cuenta que no por ganar cinco minutos al reloj, iba a a terminar todo lo que tenía pendiente.
Lo admito, por primera vez en muchísimo tiempo anduve sin prisa por Bilbo.
Extraño, puesto que las ciudades incitan a ello, a correr, a sentir que siempre vas un segundo por detrás de lo que realmente deberías ir y quizás, esa sensación a terminado por infectar el resto de mis pensamientos. Había dejado de disfrutar con las cosas que me hacían feliz, de ilusionarme con otra nueva aventura al otro lado del charco y sobre todo, a no reconocerme delante de un espejo.
Eso es una jodienda ciertamente, mas que nada, porque a veces nos sumergimos en un vacío dibujado de crisis de identidad tan profundo que queremos salir cuanto antes y, como ocurre con las arenas movedizas, lo que acaba sucediendo es que nos sumergimos mas en el lodo. Nos empeñamos en anhelar lo que no tenemos e incluso envidiar lo del prójimo sin siquiera intentar sacar el máximo partido a lo que poseemos, tal vez por lo visto que lo tenemos o bien, porque en el fondo todos somos unos putos niños mimados que nos aburrimos de nuestros juguetes viejos a la primera de cambio.
Quizás hemos olvidado a disfrutar de nuestras virtudes, a dibujar nuestro plan de vuelo en la vida y elegir a quien ofrecemos nuestro tiempo, en vez de sucumbir al canto de sirena que no ofrece nuestros sillones. 
Al menos eso quiero creer.
Pensar en la necesidad de desarrollar nuestras virtudes y convertirlas en nuestras vías de escape, en minimizar nuestros defectos, domarlos, sentir que no terminan por ser nuestros amos haciéndonos tener miedo a disfrutar de nuestros momentos de libertad, esos que se salen de la monotonía que te obliga a ponerte una máscara de lunes a viernes para trabajar sin que las manecillas terminen por marcar la hora para dejar todo aquello atrás.

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SOLAMENTE UNA PIEZA...