Se dice que no hay mas absoluto que las matemáticas, eso sí, siempre que no entremos los seres humanos por medio. Digamos que nuestro don es tirar abajo las palabras que significan para siempre, no se si con acierto o error, y convertir todo en una sucesión de acciones de las que dificilmente puedes prever el resultado.
Creo que el habernos acostumbrados al ensayo y error nos convirtió en seres demasiado viscerales en temas de sentimientos o sensaciones, hasta el punto, que incluso aunque nos marquen el camino a seguir a base de bombardeos televisivos o modas caducas, quiero pensar que aun tenemos un pequeño margen para la improvisación.
Lo que tampoco implica que sea bueno.
Digamos que nuestro carácter, forjado a base de levantarnos tras las caídas, nos convierten en una incógnita, moldeandonos, transformando lo que fuimos en algo, a veces tan diferente, que dificilmente nos logramos reconocer en el espejo. Son las arrugas de la vida, eso suelen decir los que creen saber la solución a la ecuación, pero que en realidad son tan ingenuos como los que mas. Es una ecuación sin resultado, sin final, que cambia a cada momento y nos aprieta o acaricia según la época que nos toque vivir, con sus premios y sus castigos en forma de experimento humano para marcarnos el umbral del placer o del dolor.
Por eso tan solo podemos esperar a que unos pocos valores de esa fórmula infinita permanezcan inamovibles al paso del tiempo, fijos para poder centrarnos en ello cuando todo lo demás nos suene a chino.
0 Comentarios:
Publicar un comentario