Toda ciudad tiene su seña de identidad, su color y su presencia invisible que nos envuelve hasta que tenemos que vivir con ella o morir en el intento.
El color de Bilbao siempre ha sido y será el gris, un gris con muchas tonalidades pero sin ninguna variación mas lejos del negro o el blanco como extremos.
Es cierto que han intentado limpiar su imagen, pintarla con vivos colores y maquillarla bajo una imagen de falsa modernidad.
Sin embargo todo eso cambia cuando la lluvia, esa compañera inseparable a esta Villa hace su aparición y borra todo lo que nunca existió en el pasado.
Los brillantes edificios pierden su esplendor sin sol, para deleitar a los viandantes que observan con esas pequeñas novedades que muchos aun miramos con la extrañeza de lo desconocido.
La lluvia es como las lágrimas de una amante despechada, de esas cuyo maquillaje se corre con el agua del desamor.
Así es Bilbao cuando se moja y todo vuelve a ser gris, algo oscuro y repleto de melancolía que sobresale por sus característicos adoquines.
Es una sensación pegadiza, que como he dicho, nos envuelve e infecta con esa triste balada que algunos hemos aprendido a apreciar como se aprecian las buenas canciones.
Otros en cambio, se agobian y corren, con prisa para llegar hasta un lugar seco en el que reguardarse de la seña de identidad que siempre hemos conocido como prueba.
Es no olvidar que aun existen muchas cicatrices escondidas a plena vista en las entrañas de la ciudad, ese pasado industrial y ruidoso de la que apenas queda algo mas que unas chimeneas o grúas que nos recuerdan su seña de identidad.
Así es Bilbao un día de lluvia como ha sido hoy.
Amada u odiada que te ofrece esa tristeza para poder escribir lineas mojadas y el pecho aun aprisionado, por esa esencia única y que jamás querría tener que dejar como un simple recuerdo.
El color de Bilbao siempre ha sido y será el gris, un gris con muchas tonalidades pero sin ninguna variación mas lejos del negro o el blanco como extremos.
Es cierto que han intentado limpiar su imagen, pintarla con vivos colores y maquillarla bajo una imagen de falsa modernidad.
Sin embargo todo eso cambia cuando la lluvia, esa compañera inseparable a esta Villa hace su aparición y borra todo lo que nunca existió en el pasado.
Los brillantes edificios pierden su esplendor sin sol, para deleitar a los viandantes que observan con esas pequeñas novedades que muchos aun miramos con la extrañeza de lo desconocido.
La lluvia es como las lágrimas de una amante despechada, de esas cuyo maquillaje se corre con el agua del desamor.
Así es Bilbao cuando se moja y todo vuelve a ser gris, algo oscuro y repleto de melancolía que sobresale por sus característicos adoquines.
Es una sensación pegadiza, que como he dicho, nos envuelve e infecta con esa triste balada que algunos hemos aprendido a apreciar como se aprecian las buenas canciones.
Otros en cambio, se agobian y corren, con prisa para llegar hasta un lugar seco en el que reguardarse de la seña de identidad que siempre hemos conocido como prueba.
Es no olvidar que aun existen muchas cicatrices escondidas a plena vista en las entrañas de la ciudad, ese pasado industrial y ruidoso de la que apenas queda algo mas que unas chimeneas o grúas que nos recuerdan su seña de identidad.
Así es Bilbao un día de lluvia como ha sido hoy.
Amada u odiada que te ofrece esa tristeza para poder escribir lineas mojadas y el pecho aun aprisionado, por esa esencia única y que jamás querría tener que dejar como un simple recuerdo.
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