Quizás hemos olvidado demasiado pronto a adaptarnos al medio y
simplificar todo en valorar nuestra imagen, nuestra forma de vestir o cortarnos
el pelo. Esa obsesión por la que el tamaño del tacón sea proporcional al tamaño
del vestido o a que nos tengan que brillar con imitaciones baratas de diamantes
los lóbulos de las orejas, hasta el punto, que incluso perforarnos el cuerpo o
teñirlo con tinta en buscar esa seña de identidad que nos vuelva únicos en un
mundo cada vez mas generalizado a terminado también sucumbiendo al ogro
insaciable que es la moda.
Un mundo que cada vez se vuelve mas impersonal, una jungla de metal y
asfalto donde a falta de buena voluntad sobra un clasismo cada vez mas en auge.
Un deseo por el cuerpo perfecto, por la ropa cara o los cachivaches de última
generación nos han sumido en una espiral de consumismo donde los 21 gramos que
debe de pesar un alma, acaban hipotecados por conseguir mas cosas tangibles.
Parafraseando una gran frase de película y sin llegar a Orión para
observar naves en llamas, creo que cada vez cuesta, por lo menos en mi caso,
sentirme libre o al menos engañarme con pensar que lo soy. Tal vez ver un
glaciar o escuchar el sonido de la violencia de unas cataratas lo consiguieran,
al menos eso quiero creer, por lo que siento al ver de nuevo aquellas fotos y
recordar los fragmentos que el tiempo aún no me ha arrebatado a mi pobre
memoria.
Tal vez porque no son los detalles en sí, sino la mera sensación, el
placer de haber saboreado un momento único, uno de esos que entra por tus ojos,
juega en nariz y tras darse un par de vueltas por tu paladar para que su sabor
perdure en tu cabeza, decide marcharse haciendo mucho ruido por la punta de tus
dedos.
Quizás lo importante es buscar asemejar esa situación única a momentos
diarios.
Momentos como jugar un kinito después de mucho tiempo, atípico, sin
normas y a lo loco…como antaño. Reír, bailar o disfrutar como si los años
quisieran ofrecernos un atisbo del pasado, ese de hace una década, donde
hipoteca o notario no entraban en el diccionario de nadie.
Es en ese caldo de cultivo donde surgen los buenos momentos, las
sorpresas positivas como diría algún gurú del autoestima. Es mantener una
conversación sin hablar pero con palabras sobre cine, disfrutar de la carencia
total de lo “políticamente correcto” entre hipotéticos gritos de éxtasis en suajili
y marcas de tizas, de películas que todo el mundo debería ver alguna vez en la
vida o sobre la dualidad del ser humano,
como cabrón cobarde.
Quizás ahora, cuando ya en la cama pienso sobre eso comprendo que ahí
puede residir la felicidad, en amoldarnos a las sorpresas, buenas o malas, pero
ante todo adaptarnos al continuo cambio que nos ofrece la vida. Son esa
caricia, ese beso o esa sonrisa que describen los poetas, pero también, esa
risa de vaso en alto, esa discusión sobre sables laser o el olor de tu cama a
otra persona tras un buen polvo, es todo y a la vez nada, porque si algo tiene
el tiempo es que no para, no te ofrece esa tregua, simplemente el continúa su
camino y en tus manos esta seguir buscando esos momentos que aunque sean
parecidos a otros vividos, siempre serán únicos.
1 Comentarios:
Amén!!!
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