Pelear por no dejar de pelearme entre líneas.
Uno se tiene preguntar porque hace las cosas que hace para vender su
tiempo libre, la reflexión del sabio dirían los inteligentes o bajo mi opinión,
la manera de evitar terminar tomando pastillas como si fueran lacasitos o
mirando al techo desde un diván. Es cuando Evitas dejar la vanidad de lado y
desechar esa innata de un “me gusta” las redes sociales o el aplauso de
aquellos que tienen más de amigos que de críticos literarios, te queda la
incognita de esta con vocación a fondo perdido sin reembolso posible.
Asegurándome de tener la misma
puntería que un octogenario con cataratas a la hora de elegir a donde enfocar
la creatividad, esa lejos de la atracción del guitarrista, la visualidad del
pintor o la magia del director de cine, para centrarme en el rugido del hambre
que suele acompañar a los buenos escritores.
Si eso acompaña a los buenos, a los del montón creo que nos toca la
inanición en el mejor de los casos o la condena por torturar el diccionario. No
existe respuesta. Es una necesidad con alma de deseo de poder conseguir
imprimir las letras con olor a una tinta, un sueño que hace que sigas aunque
tengas días de querer borrarlo todo, como sacrificio pagano para poder encender
la televisión y apagar la televisión.
Duda pasajera hasta que una nueva idea baila por detrás de tus ojos.
Atisbo neuronal con aire de futuro
naufragio literario que comienza a alimentarse de las musas, reales o
imaginarias, que deciden prestarte sus servicios durante apenas unos segundos
de lucidez. Idea que crece gracias a los oídos amigos que escuchan sin juzgar
sobre el estado de tu salud mental, simplemente porque sientes que es
importante para ti, a pesar que la mayoría de las veces las ideas dibujadas en
la parte de adentro de tu frente, sean prácticamente imposible de expresarse
con palabras verbalizadas.
Sin embargo creo que la creatividad no nace solo de esa pasión por las
líneas o trazar dibujos sino de todo aquello que nos arranca de los buenos
momentos. A mi cabeza vienen aquellos que cuidan de sus animales con respeto,
dos chicas en especial, una que daría lo que fuese por cuarenta y cinco kilos
de morritos con babas con tal de seguir peleándose porque no robe un chorizo.
Otra recomponiéndose con la educación de un cachorro, ofreciéndole un hogar
para hacer compañía de su otro compañero de piruetas con frisbee tras horas de arduo
trabajo.
Seguramente no entendéis nada de todo esto.
Pero bueno el caos es lo que me define o simplemente sea mi particular
homenaje al poeta amante de la locura
que nos acaba de abandonar.
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