Estás líneas van directas a los bastardos que aún no
parecen entender que vivimos en un siglo de igualdad. Iguales ante la
decadencia que nos obligan a vivir esa clase política corrupta y tan anclada a
los tiempos oscuros, que a veces pienso que en la televisión no tardará en
volver a sonar la vomitiva sintonía del NODO.
Sin embargo hoy toca bajar un poco más al suelo a la
altura del ciudadano de a pie.
Tal vez allí resida nuestra penitencia, el saber que
somos nosotros mismos los que generamos esa desigualdad sin siquiera atragantarnos
a la hora de la comida. Catorces vidas sesgadas que apenas duran unos segundos
en los telediarios y toda una vida en las familias que lloran sus cuerpos,
hijos, hermanos o padres que tienen que enterrar a una mujer cuyo delito tan
solo fue querer a la persona equivocada.
Bastardos sin corazón que entienden la pasión como
una sucesión de violencia a base de puñetazos e insultos diarios, salvajismo escondido
bajo excusas de la víctima que se siente hundida por la culpa de un pecado que
nunca cometió.
No hace falta que repita la idea de colgar de las
pelotas a todos aquellos animales rabiosos sin otro arrepentimiento que su
propia etílica vanidad. Hundirlos en agujeros oscuros y siendo diariamente
apaleados no me parecería una vulneración de los derechos humanos, sino una
manera de intentar proteger lo que tanto nos gusta asegurar.
Si nos preguntan nadie diremos que somos machistas.
Ni sexistas.
Ni racistas.
Cuando los focos nos señalan todos somos chicos
modelos pero a la vez nos convertimos en meras ovejas del rebaño cuando alguien
comenta el escote de una tía o lo que haría con el culo que se esconde bajo una
minifalda. No seamos demagogos. Yo mismo llamo cariñosamente perra a mi mejor amiga,
alguien podría empezar a tacharme de machista, tal vez lo sería, sino llamase
perra también a mi mejor amigo.
A fin de cuentas no creo en el feminismo extremo que
cuenta que unos ovarios son mejores que unos testículos, me parece una idea
dañina, la artillería que necesita los casposos fachas de gomina o la cruz que
esa misma derecha le sigue dando poder para opinar sobre algo terrenal, cuando
cada vez menos gente cree en su divinidad.
No digo que la gente deje de creer en Dios sino que
no creen que ese ser superior apoye a alguien que viola niños, vive en la
opulencia y deja a dementes gobernar como Obispos capaces de comparar el aborto
de una mujer violada con las corridas de toros.
Creo que el problema está en la base, la educación de
las nuevas generaciones, esas esponjas que aspirar todo lo que ven de manera
saturada a través de la tecnología. Ese es el verdadero agujero negro al que
nos enfrentamos. La necesidad de parar un momento en el camino y pensar que es
lo que va a suceder dentro de veinte años, si esa música ofensiva salpicada con
cuerpos de mujeres semidesnudas, a las que las tratan como meros objetos de
agujeros calientes o esos programas donde el intelecto es inversamente
proporcional a los kilos de silicona que soporta un ser humano, es lo que
realmente se llama evolución humana.
Necesitamos cambiar de forma de ver las cosas.
Un deseo que me resulta imposible a sabiendas que de
aquí a unos pocos días el número catorce se convertirá en quince y todos
seguiremos cenando sin atragantarnos.
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