Recorrió el estrecho que separaba las dos tierras en poco mas de una hora, una larga hora de nado en lo que único que permaneció impermeable fue el interior de su mochila. Hecha con piel de camello y reforzada con su pellejo, como bien había aprendido en las llanuras que ahora dejaba atrás.
Cuando llegó a tierra firme dejó que el sol le secara, se cambió de ropa y saco el dinero que había sido inútil en el basto desierto. Ahora sabía que lo necesitaría, lo necesitaría para poder encontrar al Ladrón de nombres porque "el hombre antes niño" había crecido y sabía que el dinero era algo que la gente valoraba por encima de todas las cosas.
Ese pensamiento le entristecía puesto que él sabía que ese metal jamás le haría tan feliz como durante su viaje, así que cuando un niño se ofreció a llevarlo hasta la cabaña donde vivía su ansiado destino no dudó, tras separar lo necesario para su regreso a casa, le entregó el resto de aquel inútil metal al asombrado joven, diciéndole sin que su sonrisa desapareciera de la boca, que la felicidad nunca estaría dibujada en ninguna de aquellas monedas.
El joven pareció no entenderle porque salió disparado sin siquiera despedirse con la bolsa de su nueva fortuna entre las manos.
"El hombre antes niño" respiró un par de veces antes de abrir la puerta. Cuando la luz se coló en el interior pudo observar a una figura sentada junto a una chimenea, un hombre muy anciano que miraba engatusado las llamas. En el momento que creía que no se había dado cuenta de su presencia, el anciano pregunto quien estaba ahí.
El hombre tras permanecer callado unos segundos tan solo se le ocurrió decir "Soy yo"
Cuando llegó a tierra firme dejó que el sol le secara, se cambió de ropa y saco el dinero que había sido inútil en el basto desierto. Ahora sabía que lo necesitaría, lo necesitaría para poder encontrar al Ladrón de nombres porque "el hombre antes niño" había crecido y sabía que el dinero era algo que la gente valoraba por encima de todas las cosas.
Ese pensamiento le entristecía puesto que él sabía que ese metal jamás le haría tan feliz como durante su viaje, así que cuando un niño se ofreció a llevarlo hasta la cabaña donde vivía su ansiado destino no dudó, tras separar lo necesario para su regreso a casa, le entregó el resto de aquel inútil metal al asombrado joven, diciéndole sin que su sonrisa desapareciera de la boca, que la felicidad nunca estaría dibujada en ninguna de aquellas monedas.
El joven pareció no entenderle porque salió disparado sin siquiera despedirse con la bolsa de su nueva fortuna entre las manos.
"El hombre antes niño" respiró un par de veces antes de abrir la puerta. Cuando la luz se coló en el interior pudo observar a una figura sentada junto a una chimenea, un hombre muy anciano que miraba engatusado las llamas. En el momento que creía que no se había dado cuenta de su presencia, el anciano pregunto quien estaba ahí.
El hombre tras permanecer callado unos segundos tan solo se le ocurrió decir "Soy yo"
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