Cuando los días se convierten en una sucesión de poemas de Bukowski
sientes que algo debe de estar equivocado. El mundo o el reflejo del espejo. Da
lo mismo quien sea finalmente el asesino, tanto uno como otro se convirtieron
hace mucho en sospechosos habituales de los días de sombra y basura.
La maldición de la creación.
El precio pagado por querer inventar vidas ajenas y no sentirse
salpicado de esa melancolía, sin censura, libres de las leyes morales donde
poder cambiar las reglas. El cielo en el infierno y viceversa, a sabiendas que
cada uno de los monstruos de armario tienen su origen en la comodidad de un diván
propio. Pero a veces no es suficiente. Esa función no deja de ser una brillante
interpretación donde poder envolver el hedor de las heridas que vuelve a
supurar tras años de buena cicatrización.
Días convertidos en un poema de Bukowski.
Crudos como devorar un corazón crudo recién arrancado, palpitante de
una realidad que siempre termina por alcanzarnos. Nunca seremos más rápido que el tiempo ni más inteligentes que el
pasado, cuesta creerlo, incluso se siente la necesidad de revelarse contra la
verdad.
Sin embargo a veces es mejor dejar que la sangre limpie las heridas y
permitir que el aire las vuelva a cerrar hasta el siguiente asalto. El secreto
es no engañarse al pensar que el olvido hará que nunca regresen, para eso
tendría que dejar de lado la esencia de dejar el boli sobre la mesa y
divorciarme de los folios en blanco.
Ese sería el mayor de los engaños.
Por eso prefiero sufrir estos días y desear que sirvan para forjar el carácter de personas ajenas.