Cuando la tregua supone el genocidio emocional te paras a
preguntar que hiciste mal. Encontraras millones de razones innegociables sobre
los errores donde debiste acertar pero fallaste. Destrozando el atrezzo de la obra
de tu vida como si el elefante que tienes de corazón, se hubiera perdido en una
cacharrería.
Ni siquiera tú te entiendes.
No llegas a comprender porque esos fantasmas siguen peleándose
con las fantasías y no permites ceder un centímetro al verbo sentir. La coraza
por bandera cubriendo los defectos que una simple canción puede quebrar como si
se convirtiese en cristal, descubriendo tus pequeñas miserias, sintiendo que la
vulnerabilidad de la que llevas tanto tiempo escapando se reproduce hasta convertirse
en un gigante. Uno enorme, cuya mera sombra, puede espachurrarte contra el
irregular suelo que pisas bajo tus pies.
A veces la ira no es suficiente.
Tampoco respirar hondo y cerrar los ojos con fuerza deseando
que eso jamás existió.
Eso es inútil porque al final solo quedas tú y el disfraz de
payaso de sonrisa postiza que decidiste portar para intentar fintar al doloroso
rechazo. Manteniendo el aire entre cualquier otro cuerpo que se acerque lo
suficiente como para comprobar que no hay nada de oro en lo que reluce.
Son días grises.
Jueves tan sangrantes como aquel Domingo en Irlanda.
Momentos que solo te queda escuchar esa canción y saborear
esa sensación de desencanto como si fuera un don y no una maldición. Mentirte
al hacerte creer que podrás crear algo de la miseria, traspapelando tu propia
experiencia, a un personaje ficticio para toda la gente excepto para uno.
A sabiendas que eso no será un brote de imaginación sino el
reflejo de un espejo distorsionado.
0 Comentarios:
Publicar un comentario