7/29/2013

REFLEJO

A veces un desconocido me mira desde el otro lado del espejo. Desafiante. Sin otro corazón que el que me muestra al levantar el dedo de su mano izquierda.  Un profeta del futuro empedrado que siempre termino eligiendo como destino.
No importa la dirección.
Cuando se me calienta la boca y el cerebro se apaga para dejar al sentimiento tomar el control.
Unas veces convirtiendo la lengua en una tierna sucesión de palabras envueltas en saliva. Dulces. Jugando cual tahúr a construir una efímera torre de naipes para llegar hasta un cielo de cartón.
Otras bajando a los helados infiernos repletos de témpanos puntiagudos. Afilados e hirientes. Preparados para cortar la piel hasta llegar al hueso y teñir de carmesí el suelo. Heridas abiertas que el veneno de las sílabas repletas de veneno penetra hasta infectarlas o al menos creando cicatrices.
El resto del tiempo buscando el equilibrio a ras de tierra.
Aprendiendo lo difícil que es caminar recto mientras te obliga a saltar a la pata coja. Un juego. La manera que ha encontrado ese desconocido de intentar secuestrar a Peter Pan y robarle así, la frescura que mantenga un carácter que con los años comienza a estar cada vez mas agrio.
Es mi despertador.
Aquel que me vuelve a base de ostias a la dura realidad, sin tacto o buenas maneras, directo a mis ilusiones para que deje de pensar en sueños de tinta y papel. Enemigo del amor envuelto en mariposas estomacales, haciéndome ver mi propia hipocresía, cuando escondo tras las líneas el anhelo que me ofrezca una oportunidad de un futuro con nombre de mujer.
Es el riesgo.
La vergüenza de mi propia prudencia que por miedo al sangriento rechazo no me permite mirar hacia delante. Carcelero de la legión atrapada tras las costillas de mi pecho, el lugar donde el pasado, pesa como la losa que cubre el nicho donde descansa la felicidad.
Un perro rabioso que muerde cuando se siente acorralado sin importarle si se trata de la mano que le da de comer, irracional, el mayor hijoputa que ninguna madre quiere como vástago.
Ese reflejo me da miedo pero he de quererlo. No puedo alejarlo. Su mirada fría de iris azul es la cruz de mi propia moneda. La imagen que forjaron los palos de la vida para transformar las puñaladas por la espalda y la desesperanza envuelta en besos, en personajes. Una creación destructiva que descompone la realidad para transformarla en algo ficticio repleto de situaciones que, aunque imaginarias, siempre tienen algún retazo de mi propia memoria.
No puedo expulsarlo o acallar sus reproches aunque rompiese el espejo. Los dos somos uno. Limitados por separados y equilibrados en conjunto puesto, que aunque opuestos, ambos compartimos los mismos demonios.


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SOLAMENTE UNA PIEZA...