12/14/2015

PROMETO PROMETER QUE NO HAY PROMESAS

La promesa es una peligrosa arma que se suele utilizar de manera aleatoria y sin ningún tipo de control. Esa necesidad de complacer los oídos ajenos bajo la carencia total de cualquier responsabilidad, nos mueve lo básico, desde el orgullo hasta el miedo de decir una verdad incómoda.
Incluso eso es asumible.
Sin embargo cuando la promesa se utiliza de manera racional, con una  razón medida y un fin que para nada es aleatorio, es cuando todo se vuelve sucio como agua turbia. El canto de sirenas ante el cual nos incitan a olvidar lo ocurrido durante años, ese narcótico que entra por las retinas de manera casi obscena, bajo promesas de vidas mejores o sueños cumplidos con aroma de colonias caras. La necesidad de asociarnos a algo o alguien, buscar un rostro famoso y tener que convertirlo cercano, tanto como que los vean haciendo hechos mundanos como andar por la calle o comprar en un mercado.
Este año la navidad se adelantará.
El olvido de la miseria vendrá días antes que los regalos, todo por pedirnos un cacho de papel con más poder del que creemos. Ese es el gran truco de los tahúres, la necesidad de mantenernos borregos y sin tener porque cuestionarnos nada, sordos y ciegos, valedores de búsquedas de héroes humanos cuyas miserias intelectuales se suplen con poderío físico.
Cuerpos perfectos atados a esferas de cuero o simples anónimos sedientos por la gula de comerse los focos televisivos. Mentes imperfectas. Desequilibrio de una generación cuya perdición no está llevada por una aguja sino por el narcisismo, la falta de intimidad que nos lleva a violar nuestros propios recuerdos por busca la aceptación de alguien que en la mayoría de las veces ni siquiera podemos ponerles rostros.

Nos hemos convertido en esclavos de nuestras propias torres de babel.

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