11/09/2015

TRAS EL HURACAN

Cuando las cosas no acaban de asentarse suele tener demasiado tiempo para pensar entre las trincheras, esas que formamos en la cabeza para evitar caer en barrancos tan cercanos a veces los perdemos de vista. La tendencia de perder la objetividad en favor del narcisismo que nos envuelven en los buenos momentos, esos que nos ayudan a sonreír los lunes de noviembre a pleno sol.
Anhelo de levantarte sin muchas ganas colgarte de los cascos y buscar algo de ruido para conseguir un ritmo arrítmico que te hace moverte al son del primer café. La calle sigue siendo igual, repleta de esa monotonía que como un familiar pesado, no puedes deshacerte de ella a pesar de desear estar en cualquier otro sitio. Los lugares que siembran la memoria, entre tangos y falta de relojes, mirando alrededor como un niño en una tienda de golosinas el día de navidad.
Sin embargo como descubrir que los reyes son los padres o unos tíos que viven gracias al esfuerzo ajeno, la realidad saluda a golpes de claxon y ascensores repletos de gente con la misma cara de póker. Miradas hundidas en las pantallas de sus teléfonos o simplemente perdidos en pensamientos sobre el programa que vieron antes de irse a la cama, simplezas dentro de la complejidad del ser humano, evitado por gran parte de las personas a base de desconectar el celebro y encender la televisión. Días en los que las miserias acaban sumergidas entre carreras de ricos montados en motos o goles de millonarios con aires de equilibristas, gritos de deporte que hace que acallen las deficiencias morales, esas que los políticos pueden alardear de ser una basura despreciable por no dejar que los vivos entierren a los muertos.
Muertos injustos productos de un pasado ruin que los motores y las pelotas parecen haber vuelto a olvidar de nuevo, injusto insulto a la inteligencia, la dulzura de las notas de una canción que sin éxito intentó superar a una casa repleta de cámaras y analfabetos.
La realidad termina por desinflarte.
Las guitarras aceleradas dan paso al llegar a casa a la calma de unas notas acústicas y una voz algo rota, calmada, deseando saborear ese instante como la traición a la promesa de no volver a querer a la nicotina.
Solo un instante para cerrar los ojos y disfrutar de no pensar en el pasado o imaginar un futuro teñido del rojo de un carmín anhelado pero desconocido. La simpleza de un presente de menos de cuatro minutos de la mas absoluta nada.




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SOLAMENTE UNA PIEZA...