Los últimos días la vergüenza es una buena síntesis de
lo que vemos a través de la televisión, lo peor es como ocurre siempre,
comenzamos a perder la capacidad de sorprendernos a las pocas horas. Ante
nuestros ojos está ocurriendo un éxodo moderno, millones de personas
desplazadas de toda una vida, arrebatadas de sueños y sabedoras que tal vez
nunca vuelvan a ver esa tierra que el pasado fue considerado una patria.
Creo que tal saturación de imágenes de hombres,
mujeres y niños caminando sin importar la hora del día, nos termina por hacernos
perder la objetividad del asunto. La excesiva gravedad del conjunto sesga lo
aterrador que supone individualizar a cada una de esas personas, con sueños o
futuros, sacrificados por el miedo a perder lo único que les queda.
La vida.
El hecho que no entendamos eso nos convierte en
verdaderos analfabetos emocionales, ellos no buscan un futuro mejor o una
manera de mejorar hasta llegar a la plena autorrealización. El error es verlos
como simples inmigrantes de boina y maleta al hombro o equipararlos a nosotros
a la hora de tener que abandonar su país, la diferencia, es que cuando cada una
de esas personas tomó la decisión de echar a andar, la esperanza de regresar
desapareció por completo.
Dejar atrás el hogar es una decisión que tal vez solo
el miedo pueda conseguirlo. Es un terror racional y palpable, es el abrazo de
la muerte y las balas, esa radicalidad que convierte algo que debería ser bueno
como la fe, en la peor arma de destrucción masiva del mundo. Ese miedo se
alimenta de más miedo, miedo a no dejarles entrar, miedo a mirar para otro lado
y levantar barreras bajo el lema de no poder ayudar más que a unos pocos.
El ser humano se mueve por la memoria selectiva, más
y más frágil, según se va hacia el norte.
Por mucho que cerremos los ojos o cambiemos de canal,
ese problema no desaparecerá, ni otros dejarán de ahogarse en las heladas aguas
o muriendo de inanición. La solución no parte en pensar que eso nos atañe porque
ese ha sido el mayor error que siempre hemos cometido, ese deseo de cerrar
fuerte los ojos y pensar que todo irá genial. Pero no es así. Mientras nos
preocupemos de seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades como
sanguijuelas que chupan al otro medio país, esta enfermedad no hará sino agravarse,
a cada segundo o cada puerta cerrada hará que el miedo se haga más fuerte.
El miedo que creará desesperanza y terminará en
fanatismo.
Porque no todo el mundo que empuña un arma es un
fanático, ahí es donde reside la gran mentira, la mayoría de ellos son víctimas
de la locura ajena. Coartados o amenazados para emprender una guerra santa,
para matar o ver como sus familias son asesinadas, no debemos caer en la
tentación de confundir los bandos. Aquí los buenos o malos no se rigen por
nacionalidades o creencias, sino por dinero o poder, porque aunque no queramos
admitirlo cada uno de nosotros hemos fomentado en silencio ese miedo.
Con cada compra, cada deseo o capricho a favor de las
grandes empresas, con cada voz callada o depravada posesión de un país, nos
hacemos cómplices, permitimos que ese miedo mute y se convierta en hambre y
desigualdad, dejamos que se robe dignidad a países o no se permita educar a los
niños. No olvidemos que los radicalismos nacen de la desigualdad y el
analfabetismo, si privamos al ser humano de pensar por sí mismo, lo convertimos
en una marioneta.
Así que solo pido que cada vez que volváis a ver una
imagen como esta, reflexiones un segundo en cada rostro, pensar que cada una de
esas miradas tienen una vida detrás arrancada, mutilada y sin otra cosa que la
propia supervivencia para poder llegar a buscar un incierto futuro. No son números.
Ni siquiera son simples víctimas, son personas, con nombres y apellidos a los
que les estamos ninguneando y cuya única ayuda que se nos ocurre es decirles
que aquí no pueden quedarse.
Tal vez sea hora que pensemos en no dejar morir al
sur y resucitarlo, ayudarle a caminar y permitir que crezca, porque como
finalmente termine de pudrirse, creo que no hay que ser vidente para saber con
certeza, que la gangrena, no se parará en el Mediterráneo.
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