Como cualquier final la nostalgia suele atrapar a
todo aquel que hace algo con una fecha de caducidad. Las historias lo tienen,
proyectos que nacen como unas ideas locas e inconexas, retos a lo personal en
los que lentamente los empiezas a hinchar a base de vivencias. Personajes
ajenos que se convierten en tan íntimos que a veces terminas perdiendo el norte
y te hundes en el sur de los deseos. Anhelos de sentir lo que ellos sienten,
disfrutar de los momentos buenos e íntimos creados de tus propios deseos y que
casi como por arte de magia, crees encontrándotelo de bruces en la realidad.
El deseo de
encontrar una felicidad.
Sin embargo toda ficción se golpea con la realidad, revolcándote en quimeras y sintiendo que la verdad suele estar lejos de lo épico. Es cuando lo comprendes, entiendes que ahí reside lo especial de las líneas que esconde Nunca Jamás, no es magia, simplemente realidad con tildes de ficción repletos de sombras personales.
Es una sensación agridulce.
Ves el final cerca, aún le queda mucho que retocar
y saber que la mejor de las editoras está a mi lado me calma, pero la historia
está ahí, limitada con ese punto final y un nombre como última palabra. El misterio
de la protagonista desnuda, como si tratase de un macabro juego, donde la
demagogia, el sexo y la sinrazón esperan su turno para subirse al escenario.
Hacer bailar a una decena de figuras ha sido
divertido.
Cansadamente ameno, una rutina que me ha ayudado a
mantener una calma equilibrada. No es un secreto que escribir me ha ayudado
durante años, una armadura como otra cualquiera, cuya única finalidad era
mantener todo dentro de la tranquilidad. La traición suele causar este tipo de
situaciones, con un poco de suerte, termina por crear algo productivo.
Por eso siempre que llega al final sientes el
vacío.
El momento que una de mis frases preferidas cobran
sentido al desear que lo bueno dure para siempre y sin embargo, dura lo que
tiene que durar. Generalmente más de lo debido. Lo suficiente como para pensar
en que ya no tienes nada que ofrecer cuando esto llegue a su fin y casi
permitiendo que la desidia se apodere de cualquier atisbo de creatividad.
Demasiado parecido a la realidad, donde la ilusión momentánea de lo
desconocido, comienza a diluirse según pasan los días.
El secreto es cambiar de rumbo.
Bajar el telón cuanto antes y permitir que los
nuevos actores ocupen las tablas, ni siquiera tienen que ser noveles, viejos
conocidos de años de tormentas deseosos por regresar ahora que todo está en
calma. Es la facilidad de bailar entre el pasado y convertirlo en presente de
nuevo o dar por finalizados presentes sin ningún futuros, sin planes a largo
plazo, mas lejos de una borrachera de jueves y un viaje al centro.
Sensaciones que te hacen volver a encender las
máquinas, pensando que tal vez lo que ofreces es importante, lo suficiente como
para terminar siendo un testigo de excepción en uno de los días únicos de una
gran amiga.
Detalles que hacen todo más fácil.
Tanto que sin quererlo un nuevo título se dibuja
como si fuera iluminado por neón, una sola palabra que resumen lo que quieres
que sea una novela negra, con una policía llevada al límite por un viejo
conocido.
Nominado.
Te gusta.
El juego empieza de nuevo.
0 Comentarios:
Publicar un comentario