Es curioso como un dolor físico puede terminar
arreglando otro psicológico, extraño como sonreír con los ojos y sin embargo
ambos totalmente posibles. Es la voz de la experiencia sumergida bajo
cicatrices de golpes, resbalones y algún que otro fallo de cálculo al tirarte a
piscinas vacías.
Ese sueño utópico de subir una escalera infinita para
querer bajar la luna como prueba de vida está genial con los veinte, pero cuando
el tres ya comienza a rozar el ecuador camino del cuatro, las cosas son mucho
más simples.
El romanticismo por ejemplo, no es algo que se pueda
alimentar del pasado sino que se trata algo vivo, una evolución que comienza por quererse
a uno mismo. Sabiendo que se tienen virtudes y defectos más que de sobra,
comprendiendo que en el fondo, la gente que te acompaña en el camino son las
que realmente hay que disfrutarlas. Personas que nunca te ponen a prueba, te
siguen o comparten parte de las locuras que asolan tu cabeza las noches de
lluvia y tormentos.
Esa es la base bajo la que cimentar la verdad.
No me refiero a nada romántico estrictamente en la
palabra, no me gusta, siento que esa definición edulcorada y repleta de clichés
de Hollywood es lo peor que le ha podido pasar al ser humano… vale el Requetón
va primero…pero en esencia ambos se nutren de la misma infección. La necesidad
de encontrar príncipes o princesas que nos salven de nuestros propios miedos y
nos hagan adictas a las perdices.
Gilipolleces.
La verdad es que incluso me he sorprendido como con
la edad veo todo más claro y aguanto menos los ahora si pero no. Será que empiezo a entrenar para convertirme en
un viejo calvo cascarrabias de pelos en las orejas y cara de Buldog Francés,
aunque en realidad, el aguante nunca fue una de mis mayores virtudes. Lo sé. Quien me conoce habrá que tenido que sufrir
alguno de mis episodios locos a lo Living
la vida que ha terminado poniendo el suelo en el techo y el techo en el
suelo.
Sin embargo por primera vez no me arrepiento de
ellos.
Tan solo recuerdo que en esa época el límite de lo
correcto rozaba lo Bizarro, tan necesitado de buscar un lugar cuando el mundo
se hunde, que tome la vía del suicidio emocional arrastrando a los demás, tahúr
de noche y penitente de día, entre promesas de no volver a caer en ese juego de
buscar una media naranja y terminar comiendo limones, mandarinas, peras o
fresas.
Fue una gran mentira…pero que cojones…fue realmente
divertido.
Esa locura de la cual ahora hay unos frutos realmente
increíbles, personas de esas que ya han visto lo peor de ti, en unos años que
ni tú mismo te reconocías en el espejo y a pesar de ello, siguen ahí. Guerra a
guerra. Salpicados a veces con la decepción, otras con la ilusión absorbente
que sé que destilo por los poros de la piel cuando algo realmente me emociona,
lo sé, comprendo que me gusta tener esos pequeños detalles entre el café de la
mañana y los buenos días antes de coger el metro como tesorillos invaluables.
A veces soy tan ciego.
He tenido que pasar una infección, el viaje a ninguna
parte del Nolotil y una simple visita de unos días para comprender la fortuna
que me rodea. No es que nunca lo haya valorado, si navegáis entre este caótico
mar de líneas veréis que hay muchas de ellas dedicadas a esas personas. Pero
esta es más personal, pecando de vanidad y culpable de un ego inflado he de
admitir que gracias a ese colchón emocional puedo ser directo con otras
personas que nunca me hicieron bien, tal vez fuera divertido e incluso en algún
caso realmente satisfactorio tanto en vertical como en horizontal, pero para
nada sano.
Así pues prefiero cerrar las puertas que no me importan
a patadas sin la balsámica cháchara de lo políticamente correcto y centrarme en
seguir cimentando aquellas relaciones que me llenan como persona, me hacen
crecer como creador y me enseñan a no tener que recordar esa divertidos años en
los que quizás…y que quede claro solo quizás…viví dando demasiado trabajo al
cuerpo y algún que otro órgano interno.
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