Las heridas suelen ser un buen baremo para comprobar como terminan los días carentes de mascarada, tiempo de ver moratones y valorar lo que se tiene o lo que se ofrece. Suelen ser aclaradoras, lo suficiente para ver que no todo lo que creías bueno lo es en realidad, hay que cambiar el punto de vista.
Lo primero es evitar guerras ajenas.
Lo siguiente es buscar el equilibrio de no hacer nada que pueda acarrear consecuencias para uno mismo.
Mañana será otro día, uno que hay que mirar lo que se tiene sin esperar nada, es fácil de olvidar cuando la distancia hace que no veas a esa gente importante tanto como deseas. Los kilómetros pueden engañar pero las sensaciones que te carcomen cuando sientes que algo marcha mal no lo son, ese deseo incontenible de darle al móvil y contarlo a través de unas palabras escritas en una pantalla.
Valen un par de frases para darte cuenta que son los verdaderos pilares.
No hace falta buscar más en lugares que nunca habías encontrado nada.
Todo lo hermético que fui era la parte más importante que siempre me evitó problemas innecesarios, lo he olvidado demasiado tiempo y tal vez por ello tenga que escribir estas lineas, bueno mejor tarde que nunca.
“A todos nos gustaría que lo bueno dure para
siempre pero luego dura lo que tiene que durar…generalmente más de lo debido”.
Hoy voy a utilizar una de las citas que más me han
gustado siempre de uno de mis grupos fetiches.
Es un buen resumen vital de como
atamos las personas cuando intentamos sobrevivir a una evolución, que lejos de
continuar siendo física, ha terminado por convertirte en algo emocional.
Vivimos entre decenas de lazos invisibles que nos
atan a otras personas, un puzle infinito cuya dificultad, no es otra que una
imagen de muestra en continuo cambio. Somos creadores o destructores a partes
iguales, sabemos amar con locura u odiar con el mismo énfasis, navegantes entre
un blanco nuclear y el negro más oscuro con solo dar un paso.
Un día bien.
Al otro fatal.
La evolución humana del siglo XXI está atada a las
ondas y datos, creando espejismos de decenas de amigos en un lugar que no
existe, sin darnos cuenta, que lo real siempre será mucho más auténtico que un ME GUSTA. Vivimos con el miedo a la
perdida artificial y obviamos la real, esa que duele, que te hace sentir que se
ha caído un engranaje de la maquinaria. Un vacío que parece hacer que nada
tiene solución y nada volverá a ser tan bueno como lo era ayer.
El secreto consiste en saber ver lo que se tiene y no
añorar lo que se pierde.
Es la verdad que aprendí hace muchos años, el veneno
de una traición suele ayudar a ello, es la manera de abrazarse al presente y
saber apretar fuerte, tan fuerte como puedan tus brazos para hacer cada segundo
único, no anhelando que sea eterno, sabiendo que esa fragilidad hace que se
aprenda a valorarlo de manera especial.
Estamos hechos de un agua donde flotan demasiados sentimientos, vivimos expuestos a ellos y los que nos creemos valientes, sabemos recibir las heridas a pecho descubierto. No. No se trata de valentía sino saber que por mucho que las cosas cambien, siempre habrá gente ahí, tocando teclas para convertir algo vulgar en mágico o un cafe salpicado en la lluvia de Bilbao, seres únicos e inconfundibles, que recogen engranajes los días malos y los vuelven a colocar en su lugar.
Tic.
Tac.
Tic.
Y esta máquina desacompasada vuelve a ponerse en movimiento, animada, sabiendo que alguien está trabajando en un 18 para tí o te preguntan que tal el día con una coletilla cariñosa que asegurar odiar y te encanta escuchar en la intimidad.
Por eso me hace creerme en el engaño de pensar que todo durará para siempre....aunque solo dure lo que tiene que durar....generalmente más de lo debido.