9/23/2014

ESCUCHAR EN CASO DE EMERGENCIA

Los regresos  suelen ser duros, esas rutinas que todos conocemos y deseamos que nos los cambien seis dichosos números que por supuesto nunca son los tuyos. Una pérdida de dinero en un saco con la palabra sueño escrita y un enorme agujero en el fondo, no es para nada un plan brillante, tanto que sería mucho más sencillo secuestrar a cierto perro millonario.
Entre estos desvaríos te levantas con las legañas bien situadas, deseoso de poder tener una pistola para vaciar un cargador en el maldito despertador o al menos una bala personal para terminar con la tortura. Inicio poco halagüeño pero que no es sino el empujón de salida entre el frío y el calor del agua de una ducha que parece ser demasiado bipolar para las siete de la mañana.
Mucha cafeína por vena es la primera brillante idea, pero ni siquiera el café sabe así, la maldita cafetera no es sino una imitación barata de esa que es capaz de llenar vasos tamaño cubata. Otro recuerdo que no ayuda a coger la mochila, el tapper y la bolsa repleta de ropa brillante para parecer un emigrante autóctono, desganado ante la barrera del metro, tanto que ni siquiera intentas correr hacia el vagón cuando le ves llegar a la estación, bajo la creencia que seguramente no lo cojas.
La ironía fina hace que por primera vez lo hubieras cogido a cambio de un sprint.
Tres minutos arriba no llevan a ningún lado, así que esperas paciente entres bostezos mientras miras las vías como las vacas miran al tren. Es mejor mantener el pensamiento bajo control, no gusta que la inventiva intente funcionar en ese estado, es mejor matar ideas antes siquiera que se formen en la cabeza.
Esos pensamientos son peligrosos porque a veces te provocan tener que escribirlos en papel.
En vez de eso observar sin mirar a la gente, absortos en sus micros universos de mensajes de texto virtual o prensa gratuita de papel tangible repleto de tinta. Un conjunto que oscila entre cualquier tonalidad de gris, bonito color para esta villa escondida en la piel de ciudad, con sus cláxones. Atascos salpicados con las gotas que caen suicidas del cielo para terminar haciéndose añicos contra la parte de tu cabeza que ha perdido la batalla contra la calvicie.
Lo siguiente son dos golpes en el pecho para comprobar si aún hay alguien viviendo allí, no es una solución, pero salir a las calles de la ciudad suelen ser bueno para combatir esa mezcla de polución externa y nicotina propia. Es la manera castiza de arreglar cualquier cosa, un par de ostias, una bonita manera de recordar eso que la letra con sangre entra.
Hemoglobina perdida entre las venas congeladas de un Martes con la careta de ser el Lunes más hijoputa de la historia, bueno tal vez no tanto, quizás solo sea el peor de las últimas décadas…lustros…años…meses…semanas...
Arropado por la desazón girar la llave del contacto del coche, solo para comprobar que alguna torturadora indirecta, ha dejado puesto a esos cuarenta principales del hemisferio sur. Como una de las plagas apocalíptica se escurren por los altavoces en busca de la producción de una otitis crónica, haciéndome olvidar si acabo de llegar a Hollywood o simplemente hemos decidido que la definición de música se ha convertido en algo sexista, sin alma y sin ganan de sentir lo que se canta.
Ese es el momento que te apetece provocar un autosuicidio propio.
Entre gasolinas, gustos de nalgas y demás lindezas que algunos osan llamar como letras, recuerdo que la salvación esta tan cerca como el bolsillo de mi pantalón. Mi fiel escudero con forma de reproductor de música espera a su Don Quijote, no le decepciono, atándole cual embrión al cordón umbilical del coche para que me salve de los molinos. No falla. Nunca se ha equivocado a la hora de salpicarme de notas musicales el cerebro, sabiendo que la mejor cura para este tipo de mal es una buena locura transitoria.
Tan solo necesito ocho minutos y catorce segundos de terapia.
Quien ha conseguido traspasar mis barreras personales sabe que una de las intimidades que más me gusta compartir es la melodía, una canción que defina a cada relación, ya sea truculenta, divertida o íntima. Es mi pequeña debilidad. El deseo de cerrar los ojos y montar a piezas un todo, sintiendo las palabras hasta que se convierten en verso o los sonidos en melodía. Poco supera la exigencia de ese deseo, canciones que retuercen cosas que creí rectas o deshacen entuertos diarios como el de hoy.
Es difícil de explicar pero fácil de reconocer cuando se siente, tan sencillo como sentir el deseo de vocear cual loco subido a su colina, denudo de cualquier piel manchada de contaminación ajena a lo personal. Dibujando la sonrisa pirata con barba ermitaño mientras sortear los coches a golpes arrítmicos en el volante, sin mirar el tiempo, deseando que ese instante dure toda una eternidad o al menos unas cuantas horas.
Dura ocho minutos y catorce segundos.

Lo suficiente para arreglar el día.  

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SOLAMENTE UNA PIEZA...