8/08/2014

EL VICIO DE VOLVER AL CHANDAL DE FELPA

Es curioso la manera que los años nos vuelve nostálgicos y nos da por querer recuperar los momentos de la memoria de hace tantos años. Creo que es algo intrínseco a la propia naturaleza humana que al pasar la barrera de la treintena, nos fustigamos con esos recuerdos de los años que no había más de dos cadenas en la televisión.
En otras palabras las quedadas con los que fueron tus compañeros de colegio.
Es una mezcla de divertida tragicomedia, donde en el fondo, no nos mueve otra cosa que la dichosa vanidad de ver si nuestra vida ha sido más completa que la de ellos. Es una competición salpicada de anécdotas y las odiosas fotos ochenteras, esas repletas de chándales de felpa y estilismo que ahora sería valorado por cualquier Hipster que se precie.
No es que esté en contra de ellas ni mucho menos, simplemente que me parece querer remar contracorriente sin necesidad. Es rememorar historias a veces ridículas, otras divertidas o incluso algunas que puedan abrir viejas heridas, no suele ser habitual, sobre todo cuando has hecho terapia de choque contra la vergüenza a base de viajar por el mundo con una nariz de payaso.
Todas ellas empiezan igual.
El reencuentro quince años después para ver si la edad, las canas o la calvicie te han tratado mejor que al resto, deseos disfrazado de sonrientes apretones de manos, donde todos esperan ver aparecer a los más populares de la clase convertidos en poco más que despojos humanos.
La crueldad en estado puro.
Luego vienen las anécdotas y sobretodo el desconocimiento de los nombres de los que están allí si la reunión es de todo un curso, no por olvido, simplemente porque durante tantos años de tu vida han pasado demasiadas personas como para poder haber almacenado detalles de cada uno de ellos.
Luego vienen los silencios.
Es algo lógico dado que realmente te has juntado con una panda de desconocidos que o bien quieren contar sus vidas o bien deciden permanecer en silencio ante la idea de no necesitar hablar sobre ellos, palabras vacías, que por lo general vienen acompañadas de futuras promesas de nuevas quedadas que por lo general se evaporaran con el paso del tiempo.
Sin embargo con eso saciamos la curiosidad y podemos volver a casa satisfechos de ver que no somos los que peor estamos.
La realidad es mucho más simple que todo eso.
La distancia que ejercemos sobre las personas siempre es voluntaria, es una elección propia que nos hace crecer como personas, nos rodeamos de la gente que nos llena y seguimos caminando. Paso a paso. Viendo por ejemplo a quien desde hace dieciocho años es mi mejor amigo casarse el año pasado o teniendo preparadas unas vacaciones de okupa en casa de la gente que me aporta las fuerzas para seguir haciendo lo que tanto me gusta.
Tal vez por eso no entienda nunca esas reuniones o cenas, seguramente es mi parte egoísta alimentada por la propia vanidad, que me empuja a intentar aprovechar el máximo tiempo que puedo con esas personas y dejar a las demás en simples recuerdos borrosos diluidos en la memoria.
   


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SOLAMENTE UNA PIEZA...