Es curioso la manera que los años nos vuelve nostálgicos
y nos da por querer recuperar los momentos de la memoria de hace tantos años.
Creo que es algo intrínseco a la propia naturaleza humana que al pasar la
barrera de la treintena, nos fustigamos con esos recuerdos de los años que no
había más de dos cadenas en la televisión.
En otras palabras las quedadas con los que fueron tus
compañeros de colegio.
Es una mezcla de divertida tragicomedia, donde en el
fondo, no nos mueve otra cosa que la dichosa vanidad de ver si nuestra vida ha
sido más completa que la de ellos. Es una competición salpicada de anécdotas y
las odiosas fotos ochenteras, esas repletas de chándales de felpa y estilismo
que ahora sería valorado por cualquier Hipster que se precie.
No es que esté en contra de ellas ni mucho menos,
simplemente que me parece querer remar contracorriente sin necesidad. Es
rememorar historias a veces ridículas, otras divertidas o incluso algunas que
puedan abrir viejas heridas, no suele ser habitual, sobre todo cuando has hecho
terapia de choque contra la vergüenza a base de viajar por el mundo con una
nariz de payaso.
Todas ellas empiezan igual.
El reencuentro quince años después para ver si la
edad, las canas o la calvicie te han tratado mejor que al resto, deseos
disfrazado de sonrientes apretones de manos, donde todos esperan ver aparecer a
los más populares de la clase convertidos en poco más que despojos humanos.
La crueldad en estado puro.
Luego vienen las anécdotas y sobretodo el
desconocimiento de los nombres de los que están allí si la reunión es de todo
un curso, no por olvido, simplemente porque durante tantos años de tu vida han
pasado demasiadas personas como para poder haber almacenado detalles de cada
uno de ellos.
Luego vienen los silencios.
Es algo lógico dado que realmente te has juntado con
una panda de desconocidos que o bien quieren contar sus vidas o bien deciden
permanecer en silencio ante la idea de no necesitar hablar sobre ellos,
palabras vacías, que por lo general vienen acompañadas de futuras promesas de
nuevas quedadas que por lo general se evaporaran con el paso del tiempo.
Sin embargo con eso saciamos la curiosidad y podemos
volver a casa satisfechos de ver que no somos los que peor estamos.
La realidad es mucho más simple que todo eso.
La distancia que ejercemos sobre las personas siempre
es voluntaria, es una elección propia que nos hace crecer como personas, nos
rodeamos de la gente que nos llena y seguimos caminando. Paso a paso. Viendo
por ejemplo a quien desde hace dieciocho años es mi mejor amigo casarse el año
pasado o teniendo preparadas unas vacaciones de okupa en casa de la gente que
me aporta las fuerzas para seguir haciendo lo que tanto me gusta.
Tal vez por eso no entienda nunca esas reuniones o
cenas, seguramente es mi parte egoísta alimentada por la propia vanidad, que me
empuja a intentar aprovechar el máximo tiempo que puedo con esas personas y
dejar a las demás en simples recuerdos borrosos diluidos en la memoria.
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