8/08/2014

PASADA LA MEDIANOCHE EN NUNCA JAMÁS

Cuando el insomnio llama hay que aprender a utilizarlo en tu favor, regla básica de supervivencia para locos creadores y demás especies nocturnas que escapan de la razón de lo cotidiano. El resto de los mortales no busquéis ninguna explicación, los que lo han entendido a la primera que sigan escribiendo porque entenderán las siguientes frases.
Esos enemigos de dioses del sueño y reyes de colchón de pluma que pueden vivir a base de nicotina y cafés tamaño industrial cuando sientes que las neuronas están de su lado. Aves nocturnas que dan rienda a sus pasiones, de carne o mente sin importar que el despertador probablemente los asesine dentro de pocas horas, sin necesidad de resoplar preguntando el motivo de la carencia de sueño sino buscando una manera de combatir la guerra perdida al descanso.
Un secreto.
Al menos en mi caso me suele dar igual que me miren raro cuando digo que he dormido menos horas que los dedos que tengo en una mano, sobre todo porque al sacrificar unos cuantos minutos, suele ser por la mera excitación de estar acabando un puzzle de palabras que ya dura tres años. Es simplemente emoción sin filtros. Esa sensación de ver el final de una historia que nació con el dolor y la decepción de un proyecto que se nos fue de las manos y al que vendimos parte de la salud, es dejar las aglomeraciones de ojos y centrarse en un pequeño publico selectivo para hacerles partícipes de este plan desordenado. Es sentir como subes y bajas con los sentimientos de unos personajes que no existen en realidad y al mismo tiempo son tan reales como pequeñas partes de uno mismo.
Un galimatías que muchas veces te hace dudar quien manda a quien.
Es sin duda saber haber despertado la curiosidad en la gente y disfrutar con sus opiniones salpicados de consejos, a veces sin que ellos mismos se den cuenta, para poder llevar a buen puerto la historia de un teatro contada de una manera tan atípica que a veces puede llegar a rozar la locura del autor. Pero solo hace eso. Arañar la superficie de lo que ahora mismo estoy sintiendo, esa satisfacción de ver una genialidad hecha dibujo en forma de visión satírica de lo que para mí sería Nunca Jamás. Un antro donde poder escupir entre relatos a los personajes de los cuentos infantiles pasados por la batidora de mi cabeza, es simplemente odiosamente divertido, sentir ese juego de tira y afloja entre un bar del surrealismo y un teatro salpicado de oscura realidad.
Tranquila/o sino lo entiendes, con un poco de fortuna podría ser que en el futuro lo entiendas.
El resto, aquellos que lo entiendes deciros que a pesar de pensar realmente que no llegaría para Septiembre a terminarlo, me he vuelto a sorprender a mí mismo y mis sesiones de evasión del sueño tecleando como un adicto, no por las ganas de terminarlo sino por verlo tan claro que me parecería un insulto no verlo.
Eso sí, sigo sin tener ni puta idea si ya he perdido el mando de todo esto.

  

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EL VICIO DE VOLVER AL CHANDAL DE FELPA

Es curioso la manera que los años nos vuelve nostálgicos y nos da por querer recuperar los momentos de la memoria de hace tantos años. Creo que es algo intrínseco a la propia naturaleza humana que al pasar la barrera de la treintena, nos fustigamos con esos recuerdos de los años que no había más de dos cadenas en la televisión.
En otras palabras las quedadas con los que fueron tus compañeros de colegio.
Es una mezcla de divertida tragicomedia, donde en el fondo, no nos mueve otra cosa que la dichosa vanidad de ver si nuestra vida ha sido más completa que la de ellos. Es una competición salpicada de anécdotas y las odiosas fotos ochenteras, esas repletas de chándales de felpa y estilismo que ahora sería valorado por cualquier Hipster que se precie.
No es que esté en contra de ellas ni mucho menos, simplemente que me parece querer remar contracorriente sin necesidad. Es rememorar historias a veces ridículas, otras divertidas o incluso algunas que puedan abrir viejas heridas, no suele ser habitual, sobre todo cuando has hecho terapia de choque contra la vergüenza a base de viajar por el mundo con una nariz de payaso.
Todas ellas empiezan igual.
El reencuentro quince años después para ver si la edad, las canas o la calvicie te han tratado mejor que al resto, deseos disfrazado de sonrientes apretones de manos, donde todos esperan ver aparecer a los más populares de la clase convertidos en poco más que despojos humanos.
La crueldad en estado puro.
Luego vienen las anécdotas y sobretodo el desconocimiento de los nombres de los que están allí si la reunión es de todo un curso, no por olvido, simplemente porque durante tantos años de tu vida han pasado demasiadas personas como para poder haber almacenado detalles de cada uno de ellos.
Luego vienen los silencios.
Es algo lógico dado que realmente te has juntado con una panda de desconocidos que o bien quieren contar sus vidas o bien deciden permanecer en silencio ante la idea de no necesitar hablar sobre ellos, palabras vacías, que por lo general vienen acompañadas de futuras promesas de nuevas quedadas que por lo general se evaporaran con el paso del tiempo.
Sin embargo con eso saciamos la curiosidad y podemos volver a casa satisfechos de ver que no somos los que peor estamos.
La realidad es mucho más simple que todo eso.
La distancia que ejercemos sobre las personas siempre es voluntaria, es una elección propia que nos hace crecer como personas, nos rodeamos de la gente que nos llena y seguimos caminando. Paso a paso. Viendo por ejemplo a quien desde hace dieciocho años es mi mejor amigo casarse el año pasado o teniendo preparadas unas vacaciones de okupa en casa de la gente que me aporta las fuerzas para seguir haciendo lo que tanto me gusta.
Tal vez por eso no entienda nunca esas reuniones o cenas, seguramente es mi parte egoísta alimentada por la propia vanidad, que me empuja a intentar aprovechar el máximo tiempo que puedo con esas personas y dejar a las demás en simples recuerdos borrosos diluidos en la memoria.
   


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8/04/2014

LA BANAL REALIDAD DE LA NECESIDAD

Cada cierto tiempo me pongo a pensar demasiado, un defecto de fábrica, que termina por hacerme comprender que a veces tendría que haber tomado otro camino. El remordimiento que siempre va intrínseco a la toma de decisiones, la paradoja de darle demasiado a la cabeza tras haber aprendido a cerrar entre las costillas en el corazón. Una cicatriz del pecho que forja a cada uno de nosotros sumergiéndonos en la duda si realmente te gusta lo que haces o llegará a servir para algo.
Son los momentos narcisista.
Todo nace entre las notas de la banda sonora que nos acompaña como ADN a lo largo de nuestras vidas, la mía nunca pudo haber sido lineal, un continuo naufragio entre la chulería de un Loco y la dulce traición de aquel que con voz quebrada siempre camino por las calles de luces de neón.
Son los momentos de duda.
Es esa necesidad de crear algo único, sin fecha de caducidad, golpeando las teclas como una imitación descolorida de un desgarrador poema de Bukowski, sucio y directo, bordeando la realidad hasta desnudar el alma más dura. Genios. Personas que consiguen entrar en la gente que sabe escuchar y produce la envidia ante la creación, pensando que son las mismas letras que miras en el teclado pero sin esa esencia.
Son los momentos que te asomas al abismo.
La duda nace de lo simple, esa necesidad de buscar un público a quien dirigir los aullidos inconexos, buscar a personas que puedan sentir lo que transmites, aunque a veces sea desconcertante y otras, roce el caos. Desnudándote. La manera de vivir una pasión que nunca será lo suficientemente lineal para no meterte en el fango.

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SOLAMENTE UNA PIEZA...