Nunca me he considerado un ser emocional, ni de
palabras bonitas o sentir la flor de piel por cosas mundanas, no soy de lágrima
fácil al ver la televisión e incluso hay gente que me considera más frio que un
tempano de hielo ante mis reacciones.
Seguro que tienen todos razón pero quiero pensar que
intento usar mi lado sensitivo para las cosas realmente importantes, aquellas
reales de piel y hueso, las historias reales que superan con creces a los dramas
ganadores del premio Oscar.
Somos bombardeados por el veneno del consumismo y
rebajas para seguir comprando sin miramiento, nada de pensar con libertad o ver
sin las lentes distorsionadas que los medios de comunicación nos intentan hacer
ver la realidad. Noticias nacidas del subjetivismo, esa total pleitesía a los
partidos políticos, los títeres que pagamos todos y no tienen el menor reparo
en mentirnos a la cara. Pero ellos no
son más que los guiñoles de trajes caros bailando al son de la élite, no
importa que sea la supuesta izquierda, la derecha o el centro, el mismo mensaje
con distintos rostros.
Somos los de abajo quienes sufrimos la miseria, quienes nos ahogan con impuestos que lejos de
repercutir en nuestro cada vez más marchito estado de bienestar, se dedican a
salvar a aquellos que manejan el dinero y crean nuestras necesidades. Nos matan
levemente endulzando la agonía con el miedo o las promesas que estamos al final
de un túnel, que nunca fue tal sino otra brillante idea de controlar de nuevo
al poblacho.
Estábamos empezando a perder la docilidad, nuestros
hijos comenzaron a estudiar con calidad, nuestros ancianos a tener una
jubilación digna y todos teníamos oportunidad de contar con profesionales sanitarios
ante la enfermedad, demasiado bueno, comenzábamos a ser indomables.
Así que aprovechando que vivimos en un sistema
económico con fecha de caducidad pusieron en marcha el retroceso, empezando por
saturar un mercado inmobiliario cual pavo el día de navidad, con pisos a precio
de mansiones y con espacio habitable de una chabola. Sueldos altos para gente
sin preparación, dejando la escuela para subirse a la utopía del ladrillo a
sabiendas que el dinero comenzaría a engordar sus cuentas corrientes, euros
rápidos en manos inexpertas, la combinación que buscaban para que las empresas
saturasen el mercado con la necesidad.
El último móvil.
La casa de tus sueños.
El coche de alta gama.
Todo a cómodos plazos y todo sabiendo que si en algún
momento el sistema caída ellos nunca perderían, el pueblo los reflotaría y
además tendrían miles de esclavos a su servicio.
Un juego cruel porque aunque para ellos seamos solo números,
la realidad es que todos somos personas, humanos sin polos Lacoste o Chalet de
tres plantas pero con un corazón latiendo en el pecho igual que ellos.
No igual.
Infinitivamente mejor.
Porque la diferencia está en esa humanidad, en ver
como una madre lucha con uñas y dientes por su hijo o como las calles se llenas
de gente para pelear porque no se robe lo que tantos años tardó en conseguirse.
Es hora que seamos consecuentes. Tiempo que aunque a alguno de nosotros nos
vaya aún medianamente valoremos las necesidades reales que tenemos y cuales
fueron creadas para atarnos, no necesitamos un IPHONE 5 para sobrevivir pero si
a un médico. Un coche de cien caballos y multitud de extras no nos enseñará la
riqueza de la cultura pero un profesor si lo hará, dejemos de ser irracionales
y comencemos a usar la razón, el sentido que nos hizo convertirnos en seres
evolucionados.
Creamos lo que nuestros ojos ven y no lo que nos
quieren hacer creer, valoremos los gestos y no las promesas, nada de mañana
habrá cambios, eso debe de dejarnos de valer desde hoy mismo porque si hoy no
comenzamos una revolución real, no tendremos un mañana.
Ellos seguirán intentando que tengamos miedo.
Intentarán que sigamos ciegos.
Intentarán que sigamos mudos.
Intentarán que todo el mundo se quede sordo.
En nuestras manos darles la lección que frente a ellos no hay ovejas ni lacayos.
Porque uno puede ser fragil.
Dos un principio.
Tres el inicio de algo que les molesta.
A cuatro se les puede calumniar con el apelativo de terroristas.
Pero a partir ce cinco se empieza una revolución.
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