2/04/2014

LACERANDO EL COSTADO

La facilidad para encontrar culpables ajenos es tan fácil como admitir la adicción a la nicotina que tiñe de amarillo mis dedos. Es realmente tentador comenzar por mirar al cielo o achacar todos mis males a una zorra del pasado, siempre fui un experto, desentendiéndome de las consecuencias como un niño que esconde las manos sucias de pecado tras su espalda.
La facilidad de centrar todo en los gélidos nubarrones grisáceos que traen la tormenta.
Esa sensación hiriente como dagas invisibles clavadas por debajo de la piel hasta que tocan el hueso. Una bonita metáfora. El mejor truco de tahúr para esconder una realidad que siempre fue mucho más soez y humana, tan silenciosa que los días buenos, crees que no vale la pena pensar en ella.
No es que se trate de un buen plan pero al menos, te ayuda a seguir caminando bajo el autoengaño de creerte una buena persona y sentir que los pasos en la tierra te llevarán a algún destino definido. Dibujando salidas de emergencia con tinta virtual para tapar todas la sombras, letras escritas a golpes grabadas en este rincón de vanidad propia, sin siquiera atisbo de ninguna otra pretensión, que unos ojos ociosos pierdan unos segundos de sus vidas en leerlas.
Ahí termina la interpretación de la obra teatral.
El resto se resume en una cabeza saturada de pájaros acompañando ideas absurdas, no hay nada especial, un hedor a romanticismo del supuesto héroe bohemio que a veces deseo se esconda debajo de mis uñas. La mentira de un culpable que ni podría revivir el título de amante cuando tras el segundo que sucede tras la efímera excitación momentánea, no queda otra cosa que la incomodidad de un lecho calienta donde sobra la mitad de dos.
No se trata de arrepentimiento.
Sin deseo de pedir perdón por las decenas de camas desechas, la ira de mis palabras o los cierres de etapas sin dudar siquiera en lanzar una última mirada hacia atrás. Hacerlo sería no ser fiel a lo único que guardé fidelidad, mi única admisión de pecados en forma de hacerme cargo de las consecuencias de acciones equivocadas o correctas.
Tampoco quiero redención.
Nunca creí en la conversión del villano a sabiendas que mis pecados hablan como un libro abierto, tanto como los silencios que envuelven cualquier conversación que cruce la línea de lo personal. Manos vacías. Sin las monedas que conseguí por las mil y una traiciones a quien asumió que confiarme parte de sus secretos sería una buena idea, ilusos, ni siquiera llegaron a comprender que nunca hubo truco o giro de guión más allá del deseo pasado convertido en agria piel. El alimento que siempre me hizo olvidar el devenir de las horas para poder escupir todas las miserias, deformarlas y rehacerlas como personajes tan dispares como personalmente absurdos.
El secreto siempre estuvo escondido tras ese desconocimiento a volver a conjugar el verbo sentir. Escribiendo lo que siento pero sin que mi sonrisa sienta lo que escriba, no lo hago para crear un centro de atención o foco de preocupación y que nadie se sienta ofendido por ello. Si mis palabras no llegan a lograrlo solamente recordar que elegí este camino con la intimidad de la soledad mucho antes de conocer a cualquiera y siempre seguirá allí cuando el último apague la luz.
Esto no es una despedida ni mucho menos.
Quizás esto se parece a una especie de asumible consecuencia de las decisiones propias usadas para asesinar posible futuros, de sonrisas de Domingo con pelea de Lunes rutinario. Incógnitas que nunca se solventarán puesto que si algo no regresa es el tiempo y por eso al empujar la última tecla de esta entrada, seguiré buscando mi espacio en este puzzle. Ascendiendo o descendiendo pero con la única dirección de aquel que no desea envejecer teniendo que recordar todas las cosas que no hizo.


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SOLAMENTE UNA PIEZA...