Siempre que sé que tengo que bajar a las calles de Bilbao me enfundo mi armadura en forma de cascos de música. Es una especie de barrera. La tradición que marca mi idea de supervivencia ante un depredador vivo de acero, cristal y asfalto.
Las ciudades tienen vida propia. Una existencia resumida en una hambre voraz ante cualquier estímulo que pueda conducirnos al libre albedrío. Una gula atroz, desalmada y carente de cualquier sentimiento, que nos conduce a pintarnos en su color gris de sus aceras.Vida inorgánica que nos atrae a todos, da lo mismo lo que intentemos arrastrarnos lejos de sus tentáculos, antes o después caemos prendidos en sus encantos.
Es una amante con finales nunca felices, de esas con las que no hay un futuro en el horizonte.
Tan solo una pasión de horas y desagradable vacío al regresar a casa.
Son sus ruidos. Las sirenas de las ambulancias en cuyo interior nunca sabes si hay un anciano, un infarto o alguien que se ha cansado de ver esas aceras. Nunca lo sabes. Nunca lo sabrás. Es lo que tiene el manto anónimo que siempre envuelve cualquier cosa que sucede entre sus límites.
Desconocidos. Cientos de ellos cruzándose en cada hora. Cientos de vidas. Anónimas en su mayoría. Conocidas en algunos casos e intimas en muy pocos casos. Algunas formarán parte de tu futuro otras ya son pasado. Pero siempre andando, caminando con prisa por llegar cuanto antes, por salir de aquel lazo invisible en el menor tiempo posible. El suelo parece quemar bajo los pies. Da igual que llueva o nieve. Que haga frío o la humedad entre en los pulmones junto al humo de los coches.
Da igual siempre parece que el suelo está al rojo vivo.
Como todo ser vivo tiene sus parásitos.
Diurnos con sus paraguas y sus ganas de ocupar el máximo espacio posible. Con sus corbatas, arrugas o mala ostia de serie. Todos bajo el efecto de sus rutinas o falta de tiempo para vivir una vida que nunca les gusto vivir. Almas de crítica o malas caras ante lo diferente. Lo raro para ellos, lo vivo para unos pocos.
Nocturnos de fin de semana sacados a marco clónicos de la moda. Con sus piercing, tatuajes y maquillaje. Sus horas de gimnasio y su cara de perdona vidas de serie. Encerrándose horas hasta el amanecer para oír la misma música bebiendo los mismos tragos. Buscando. Encontrando presas o depredadores con quien dejarse devorar en un juego sin muchas opciones.
Así es, innecesaria hasta conocerla, dependiente una vez que entras en su juego.
La ruidosa ciudad de sus ruidos estridentes.
La gris ciudad con sus monótonos tonos.
La agobiante ciudad con sus caóticos olores.
La ciudad que intento tapar con el sonido de mis cascos.
0 Comentarios:
Publicar un comentario