En nuestra búsqueda por encontrar un equilibrio que nos ayude a disfrutar de cierta calma, los humanos tendemos a dibujar y esconder nuestras inquietudes detrás de una rutina. Movimientos mecánicos que nos hacen desconectar los interruptores de los sentimientos y conformarnos con seguir las señales luminosas sin preguntarnos el motivo o la razón.
El problema es cuando decidimos dejar el camino de baldosas amaríllas y andar campo a través, a sabiendas, que las caídas están casi aseguradas.
Sin señales, tanteamos la manera de mantener la verticalidad entre los obstáculos, buscando una realidad, que generalmente tiene mas sombras que luces, duele y nos hace llorar mas veces que esbozar una sonrisa. Aun así continuamos esa senda, porque en el fondo, creemos que es la correcta o al menos la real. Sin colorantes o edulcorantes añadidos, donde el amor y el odio son tal como son, sin final feliz o victoria del héroe al final de la película, simplemente una sucesión de hechos inciertos que nos pueden hacer afortunados o desdichados. Realidad, simple cruda y perra realidad. Sin cortes para la publicidad o sorpresas. Alternándose de forma invariable, para ser retratada con el color rojo de la pasión o el extremo dolor de una herida sangrante según le convenga.
Aun así se elije porque tanto para bien o para mal es único como un mapa de las cañerías de los sentimientos, un lugar sucio y húmedo, que sin embargo esconde un palacio en los pisos superiores. Es en este lugar donde la línea que mantiene todo el equilibrio comienza a mostrarse. Levemente, apenas un hilo tan fino, que a veces se le pierde de vista e incita a la tragedia a todo aquel osado que intente cruzarlo emulando a un funambulista sin red.
Creadores, pensadores o simples valientes que no temen entrar a pecho descubierto aunque acaben hechos añicos. Fragmentos recogidos por sus musas y mutilados por sus pesadillas para crear algo nuevo e único o simplemente, noches sin dormir ahogados en preguntas sin que la razón ofrezca respuesta coherente alguna.
Es el camino elegido ese de anárquicos pasos que nos llevan hacia lo desconocido, lo que nos incita a continuar caminando, a pisar arenas movedizas o blanca arena según nos sonría la suerte. A robar un beso o una punzada de dolor según la mirada que nos sea devuelta y sobre todo, a pensar que lo mas anormal que existe en este mundo es, sin duda, su propia normalidad.
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