Al abrir cualquier caja de Pandora con forma de álbum de fotos o archivo de vídeo siempre ocurre lo mismo. Surgen los recuerdos, esas imágenes con alma de cronistas que narran los buenos momentos vividos, las sonrisas o las poses imposibles, como mejor representación de la manera correcta de hacer las cosas.
Haciendo el payaso.
Reírse de uno mismo es el mejor que he aprendido en el tiempo que llevo enfundándome la nariz roja y mi sombrero de viaje. Enseñanzas nacidas en un país surgido de la imaginación de unos locos muy cuerdos y del que tuve el honor de formar parte durante un tiempo de mi vida.
Un lugar irreductible ante los chaparrones en forma de malas noticias que surgían a diario, espacio privado con su propio patrón popular con forma de barreño y donde la idea mas demente generalmente era la mas cuerda.
Allí existían las madrugadas de piti y tertulia o las mañanas de café recién hecho cuando no eras agraciado con la sonrisa de una mujer la noche anterior.
Un buen sitio para vivir con la sonrisa permanente en la boca y la sana estupidez como única bandera, no porque lo eligiéramos sino porque estábamos convencidos que era el camino. La manera de superar los días en que la vida no te dejaba de putear hasta que no podía deleitarse con las lágrimas de tus ojos.
Ese era nuestro refugio y el de todo aquel que quisiera u osase cruzar la puerta de entrada.
Sus paredes podrían hablar de todo. Amor o amistad, gritos y susurros. Sin cerrar la puerta a nadie y siempre dispuestos a recibir con los brazos abiertos a cualquiera que quisiera pasar un rato de su tiempo en nuestra jaula de grillos.
Una rara, especial y acogedora casa.
Esa es la herencia en la que surgen los recuerdos. El germen que inyecto en nosotros ese país de hombres recios y alacranes cebolleros, cuya idea primordial, es disfrutar de la vida a bocados improvisados de genialidad y estupidez a partes iguales.
A fin de cuentas somos simples payasos que eligieron la risa como mejor defensa ante la tristeza y el dedo corazón como lanza, para acordarnos del destino cuando nos tenga preparada una zancadilla.
Así que de hay nace nuestras ideas descabelladas de búsquedas de tesoros, viajes con perros de peluche o peleas con monos. Somos artistas de un teatro llamado mundo y no vamos a negarlo que a veces nos encanta ser protagonistas de nuestras propias historias.
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