12/30/2015

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Otro año más que se queda atrás y el quince en poco tiempo dará paso al dieciséis con un sentimiento encontrando entre lo personal y lo global. Empezando por lo segundo porque es mejor comenzar con lo agrio, la vergüenza, es un año que creo que es lo que más he sentido cada vez que he tenido la ocurrencia de encender la caja tonta. Vergüenza de pertenecer a un país donde el mangoneo es llamado picaresca y el pueblo está al servicio de la política y no viceversa.
Es la muerte de la decencia que durante demasiado tiempo se ha guardado debajo de la alfombra, tanto que la mierda ha comenzado a oler y lo peor es que mucha gente parece que han perdido el olfato. El egoísmo y la vagancia siempre jugará en favor de aquel que reparte las cartas, los tahúres de izquierdas o derechas, que prefieren generaciones adictas a telebasura que libre pensadores con alma de ratones de biblioteca.
Sin embargo ni siquiera eso es lo más lamentable.
Incluso la corrupción se queda en nada cuando ves que la gente de oriente decide irse a occidente, igualito que cuando ese niñito al que les debemos estas fechas, pero sin regalos debajo del brazo. Solo traen el miedo a la muerte motivada por la barbarie ajena, cadáveres que ya resultan livianos para nuestros ojos pero que siguen sucediéndose en nuestra tierra. Ellos siguen muriendo y nosotros seguimos consumiendo, el círculo no se rompe, a veces se ovala cuando la sinrazón toca un poquito más cerca y doscientos muertos se convierten en una barbarie frente a los miles que mueren a cientos de kilómetros de distancia.
El precio de haber nacido en el lado equivocado del mundo.
Así pues viendo la que está cayendo, entre incendios de dedos especuladores y la sinrazón de las balas, es mejor quedarse con lo personal, ese sentimiento de saber que a pesar de haber sido algo convulso, este año aún mantengo a mi mano a mi póker de reinas y el comodín debajo de la manga izquierda. Meses de aprender a priorizar hasta terminar de cerrar puertas para volver a disfrutar del paisaje que te muestran las ventanas, nuevos retos y antiguos finales felices que comienzan a vislumbrarse de la distancia.
Entre media conociendo a personas interesantes.
Es una de las mejores sensaciones que nadie puede sentir, disfrutar de la creatividad en compañía a sabiendas que aquellos que se quedan seguirán nutriéndote de cosas positivas y sin saber que te pueden aportar en este nuevo año.
Mientras se descubre el misterio seguiré haciendo lo que más me gusta, llenar líneas en este pequeño espacio personal con poca intimidad.

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12/14/2015

PROMETO PROMETER QUE NO HAY PROMESAS

La promesa es una peligrosa arma que se suele utilizar de manera aleatoria y sin ningún tipo de control. Esa necesidad de complacer los oídos ajenos bajo la carencia total de cualquier responsabilidad, nos mueve lo básico, desde el orgullo hasta el miedo de decir una verdad incómoda.
Incluso eso es asumible.
Sin embargo cuando la promesa se utiliza de manera racional, con una  razón medida y un fin que para nada es aleatorio, es cuando todo se vuelve sucio como agua turbia. El canto de sirenas ante el cual nos incitan a olvidar lo ocurrido durante años, ese narcótico que entra por las retinas de manera casi obscena, bajo promesas de vidas mejores o sueños cumplidos con aroma de colonias caras. La necesidad de asociarnos a algo o alguien, buscar un rostro famoso y tener que convertirlo cercano, tanto como que los vean haciendo hechos mundanos como andar por la calle o comprar en un mercado.
Este año la navidad se adelantará.
El olvido de la miseria vendrá días antes que los regalos, todo por pedirnos un cacho de papel con más poder del que creemos. Ese es el gran truco de los tahúres, la necesidad de mantenernos borregos y sin tener porque cuestionarnos nada, sordos y ciegos, valedores de búsquedas de héroes humanos cuyas miserias intelectuales se suplen con poderío físico.
Cuerpos perfectos atados a esferas de cuero o simples anónimos sedientos por la gula de comerse los focos televisivos. Mentes imperfectas. Desequilibrio de una generación cuya perdición no está llevada por una aguja sino por el narcisismo, la falta de intimidad que nos lleva a violar nuestros propios recuerdos por busca la aceptación de alguien que en la mayoría de las veces ni siquiera podemos ponerles rostros.

Nos hemos convertido en esclavos de nuestras propias torres de babel.

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SOLAMENTE UNA PIEZA...