Cada día que pasa más creo que la vida es una puerta giratoria en la que
entra y sale gente como si se tratase de una tarde de rebajas. Este
planteamiento hace perder a veces la objetividad de los pequeños tesoros que se
quedan dentro de esa puerta, las personas que de una manera u otra te ayudan a
ser mejor a base de consejos o silencios según lo necesite la ocasión.
El secreto es saber separar el oro de la paja.
En esta ocasión me quiero centrar en aquellas que más me han ayudado a
seguir haciendo lo que más me gusta, mi mayor satisfacción y a la par que quebradero
de cabeza para equilibrar los gramos de cal con los de arena. Nunca he sabido
cual eran los buenos o los malos. Simplemente me limitaré a hablar de ellas
porque curiosidad o no las tres pertenecen al género femenino. Una por corregir
todas mis patadas al diccionario cuando dejo que la imaginación supere a la ortografía
en un intento por domar lo que la mayoría de las veces a mi me parece
indomable. La segunda porque hace capaz de lo imposible, esa creencia en lo que
hago cuando yo no lo hago, buscando a quien pueda trazar mis ideas o
simplemente hacerme disfrutar del género de terror con los ojos entrecerrados y
la única verdad que Prometheus no p
ertenece al buen cine, aunque tuerza el
morro, jurándolo por las babas acidas o la teniente Ripley. La tercera porque
su naturalidad a veces crea la pieza que falta para un final de libro que
durante meses ha estado retorciéndote las neuronas, una leve frase en forma de
interpretación y sin quererlo me ayudó a encontrar un final idóneo para la historia.
Gracias a ellas en Septiembre tendré terminado el borrador de estas
historias cruzadas que durante tres años ha ocupado mi tiempo. A quien en algún
momento lo lea y si les gusta que sepa que es gracias a ellas, yo simplemente
me he limitado a escribirlo pero si en un par de meses puedo poner el punto y
final a ello será a ellas.
Gracias a las tres.
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