Somos esclavos de nuestros recuerdos, nacimos con esa pequeña tara disfrazada de vanidad.
Hay mucha gente que consigue domarla a base de cucharadas de normalidad y rutina, otros somos mas ingenuos y decidimos convertirnos en soñadores de ojos abiertos. Movernos por impulsos. Necesidades de encontrar un sitio diferente y andar por un camino tan jodido que a veces dan ganas de rendirte.
Los golpes duelen mas si las piedras están afiladas.
Tal vez porque dentro de esa animadversión hacia el conceptos tan vomitados como el amor u odio, hemos creado un equilibrio emocional lejos de la perfección de la losa que supone un “para siempre”.
El fuego que reconcome los odios presentes de amores pasados o la indiferencia ante la pérdida de lastre en forma de personas que terminaron por salir por la ventana de tu vida. Sin dramas o escenas de un tercer acto teatral, en silencio y sin aspavientos, sino con la soledad que solo puede otorgar el silencio.
Aprender a vivir de un presente rancio en el ochenta por ciento y único en el otro veinte.
Un juego peligroso donde la banca siempre gana o casi siempre, dependiendo de la suerte con la que gires la muñeca, muevas la lengua o pronuncies la palabra adecuada. Un juego. Abierto a todos aquellos que les duela perder pero no disfruten ganando. Supervivientes de muro de hormigón tras sonrisas, sin que la gran mayoría de la gente que cree conocerte no tenga ni puta idea lo que carcome tus entrañas.
Esta claro que muchos de ellos saldrían corriendo si observasen el abismo sobre el que busco el equilibrio. Otros no. Los hay de toda la vida o casi, los hay entre cafés sin diván o preguntas absurdas sobre como te encuentras, a sabiendas, que no contestarás simplemente porque tu orgullo o el muro de frialdad levantado detrás de tus pupilas nunca dirán la realidad.
Los hay que hablan de ti como si te conocieran, sin tapujos y pensando que, aunque suene salvajemente honesto, solo se tratan de carne de cañón en este mundo donde parece contar con un millón de amigos para sentirte realizado.
Lamentablemente son la mayoría.
Aunque por otro lado existen personas que sin tener un contacto directo te alegran los días grises, por muy frías que sean unas palabras en una pantalla, son escasas pero también están ahí.
Así pues este es mi caótico presente de trapecista repleto de estupidez y sueño atrasado para dos vidas.
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Renaciendo
Hace 9 años