El giro
hacia el drama es una buena seña de identidad de cualquier ser humano y ahora
que se tiende a magnificar cada detalle, puede llegar a ser un arma de
destrucción masiva. La dualidad que escondemos cualquiera debajo de la piel. El
vaivén de un problema en el pasado se convierte en una ola vital que nos ahoga
y con el paso del tiempo, se diluye hasta volverse un charco que apenas nos
moja la planta de los pies.
Y en
nutrirme de mis propios dramas tengo un Master.
Es cierto
que tal vez la disposición de los factores ahora no sea igual o que esa pequeña
nube de placer casi masoquista que supuso Medianoche se diluyese en el mismo
momento que tuve el libro en mis manos. Aquel narcisismo que me empujaba a sumir a
unos personajes en las pesadillas más miserables que podía imaginar, como un
dios malcriado y sin corazón, con el único fin de darles una forma personal. Algo
Salvaje y en ciertos momentos tan sumamente caótica, que acabó por afectarme
hasta despreciar el mero hecho de golpear teclas. Con la certeza de odiar cada
frase que apareciese en la pantalla, a punta de navaja para atracar alguna
buena idea, un fragmento de historia o al menos unas palabras que no terminase
por querer prender fuego tan pronto como terminaba de leerlas.
Bonita
manera de pasar los días.
Una dinámica
que cuando se convierte en rutina, es la peor de las compañeras. Te incita a
jugar al equilibrista borracho y con vértigo sobre una cuerda, paso a paso, oscilando
como fatal prolegómeno de la caída con ostión de regalo, que sabes que vendrá
antes o después. El mismo miedo cabrón y descarnado que convertido en enemigo
íntimo, a veces te hace decir cosas absurdas o pensar en huir a sabiendas que
estás donde quieres estar y no tienes necesidad de salir corriendo.
Una puta
mierda, vamos.
Sin embargo
sin quererlo todo termina volviendo a un rumbo con el viento a favor y
descubres que la cuerda ni siquiera está lejos del suelo. No se trata de positivismo
pegajoso carente de sacrificios porque ha habido pagos, sino de pensar cuanto
veneno tienes que soportar antes de decir basta.
La respuesta
es tan sencilla como cero.
En
definitiva no tenemos control de nada, los cabrones seguirán estando allí, la
injusticia seguirá primando al buen hacer de las buenas personas y el que mejor
experto en "chispas" políticas comerá más del pastel. Es una puta mierda, todos
los sabemos y aun así la mayoría se esconde tras buenas palabras o la
indiferencia, así que tal vez por ese resquemor la oscuridad que desencadenó
una historia caótica por las calles de Bilbao, ahora se ha transformado en un
pequeño hada malhablada y con los dedos teñidos por la nicotina.
Adoro a
Timbre (así es como se llama), más ahora que te pueden meter en la cárcel por
hablar antes que por acuchillar, estoy disfrutando volcando un poco de mala
ostia en ella y dejarla que navegue entre los cuentos infantiles para ponerlos
patas arriba.
Como un niño
con aire de pirómano viendo como arden las naves en la lejanía.
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