La verdad es que no sé tener el telón bajado mucho
tiempo, es una especie de vicio, esa necesidad por intentar escupir por los
dedos las ideas confusas de una cabeza con alma de jaula de grillos. La
diferencia es que ahora no es una necesidad para apaliar ciertas deficiencias
adquiridas a lo largo de los años, se trata de mero disfrute creativo,
acrecentado con esa pequeña dosis diaria de líneas y tachones para dar forma a
nuevas ideas.
Es algo que lo veo de manera fácil, casi natural,
incluso cuando me preguntan si sigo alguna rutina para hacerlo no sé la
respuesta. Mis pies en alto son solo una seña de identidad, la pequeña manía
que repites como en un experimento de Paulov, el resto no se puede enseñar con
una guía o unos pasos a seguir como una fórmula perfecta. Ese es el secreto. La
mera imperfección de la creatividad de caprichos o noches en vela, es el
disfrute por unir las piezas de un puzle sin carátula, encontrando pistas en
cualquier gesto, mirada o paisaje perdido entre pintas de cerveza.
Seguramente es la compañía, estoy casi seguro que en
toda la ecuación es lo único que ha cambiado de aquí a casi un año. Día a día
se ha ido tejiendo una pequeña y compleja retroalimentación, entre pintas y
acantilados, en dosis de buen rollo que nutren estas líneas o los cuentos que
aún no han salido de la caja de la inventiva.
Son todas las palabras que quedan por escribir, esas
que hacen que un Nobel pueda cantar un poema, levantando un huracán y no
mostrar la menor reacción. Palabras de amor. Palabras de odio. Palabras de asco
por los que las utilizan para violar la dignidad humana, arcadas contra la
propia humanidad, lejos de cualquier dignidad o clase social más allá de ser la
mejor definición de inhumano.
Al fin de cuentas, ahora puedo quedarme con lo bueno
a pesar de lo malo, ese siempre ha sido la siempre la solución y ahora parece
realmente sencilla, simple, dejarme arropar los días de tormenta sin perder las
ganas de escupir de vez en cuando unas cuantas líneas en este lienzo en blanco.