6/16/2016

PALETOS DE CIUDAD



En todo viaje que se hace en compañía cada uno de los miembros desarrolla un rol en beneficio del equipo. Cuando hay más de dos miembros el trabajo se puede repartir de manera que todo funcione, pero cuando el número no excede al dúo, cambiar dichos papeles puede terminar en siniestro total.
Sobre todo cuando el espíritu del gran Paco Martínez Soria os posee.
Tan solo hay que cambiar la gallina por un par de teléfonos de última generación inútiles y la boina por una maleta en la que pueda entrar un muerto y ya está todo preparado para que comience la función. El ambiente es importante. Un aeropuerto cuya temperatura media debe de estar medio grado por debajo del infierno es un dato a tener en cuenta, una sauna gratuita para comenzar el traslado, bajo la premisa que a más tardar te podrás duchar en tres horas a lo sumo.
Error.
Llegar a Budapest parecía la mayor odisea que tendríamos pero cuando el autobusero decide cerrar las puertas detrás de ti y dejar a la otra mitad del equipo en tierra sabes que el show iba a continuar. Aclaro que la otra mitad se ha quedado en tierra, sin pasaporte, dinero o un triste billete de autobús, mientras yo me adentraba en lo desconocido con mi maletón. La razón me ha hecho bajarme en la primera parada (en mitad de ninguna parte) preguntar a una señora donde estaba la parada de vuelta entre señas (el inglés no es muy amigo de los húngaros como luego os explicaré) y pasar la carretera bajo la esperanza que las enseñanzas de niño hubieran hecho mella en mi fiel compañera y se quedase en el aeropuerto esperando mi regreso.
¿Adivináis?
Cuando estaba ya montado en el bus de vuelta una señorita me hacía aspavientos desde el otro lado de la carretera, por supuesto que se ha montado en el siguiente, sin dinero ni documentación, a la espera que milagrosamente me diera por mirar hacia la carretera para verla mover los brazos como si fuese un salvamento marino.
De no ser así me imagino que hubiéramos estado los cinco días del aeropuerto a la primera parada en un bucle infinito, bueno tal vez cuando la detuvieran por no poder identificarla me hubiera llamado….espera….tampoco.
Ya llegaremos a eso.
Tras coger el bus, bajar en una estación donde las ratas huían de las palomas porque eran de mitad de tamaño y un señor con unas llagas gigantescas en las manos nos ha dado la bienvenida, hemos cogido el segundo autobús rumbo a nuestra ansiada casa y su ducha. Hemos montado los dos y acertado la parada, llegando sin mayor problema, a nuestro “remanso de paz en mitad de Budapest”
Lo de paz era cierto porque no había más que un parque y una eterna calle casi sin asfaltar donde hemos andando con paso decidido, teníamos la calle y solo nos quedaba buscar el portal.
Al llegar una nueva sorpresa en forma de timbres sin nombres nos esperaba, así que tras casi cuatro horas de viaje, ya no hemos dudado en tocar todos hasta que una viejecita que terminaría siendo entrañable, ha aparecido para hablar con nosotros.
En húngaro por supuesto.
Tras no entendernos y dar por sentado que la señorita del piso nos estaba vacilando, hemos decidido desandar nuestros pasos y buscar algo con lo que poder llamarla por teléfono. Porque amiguitos no hay nada más inteligente que llevar dos súper móviles última generación y no tener en ninguno de los dos activado el Roamming. Así somos. Vivimos alocadamente, siempre al límite, tanto que dado que del binomio mi compañera es la que mejor habla inglés, se ha ofrecido a suplicar por el parque cercano a todo aquel que pasase que le dejase hacer una pequeña llamada telefónica.
La verdad es que podía haber ido yo mismo porque con mi nivel de batalla en idiomas, creo que hubiese parecido un profesor nativo del mismísimo Londres dado el nivel. Al final una pareja de buenos samaritanos nos han dejado el teléfono, llamadita, y la dueña del piso insistiendo que ella estaba en el piso pero que se tenía que ir en breves. Carrera de nuevo hasta el portal de la amable ancianita, no sin antes, dar las gracias y contestar afirmativamente a la pareja amable que ya sabíamos hacia dónde dirigir nuestros pasos.
Es decir al mismo lado de donde veníamos.
Tras llamar al único timbre que nos quedaba, más que nada para que no tuviese envidia, hemos decidido cambiar de táctica y usar el viejo recurso del llamamiento por grito: “Wilma ábreme la puerta” y por supuesto la única que ha vuelto a aparecer era la dulce ancianita, esta vez ataviada con sus gafas e intentando comunicarse con nosotros en alemán. Segundo fallo. La pobre mujer se apuraba en explicarnos algo con los dedos, algo que sin llegar a entender, ha terminado por darme una pista de lo que estaba sucediendo.
Aunque por supuesto una parte de mí quería seguir en la ignorancia de:
Calle OK
Número OK
Tras entender algo de un 13 nos hemos vuelto a despedir de la amable señora y caminar de nuevo la calle, al cruzarnos con otros dos lugareños hemos vuelto a preguntar (A uno de ellos le he dado un susto de muerte por las barbas, habrá pensado que era un vikingo) el otro muy amablemente nos ha dicho que estábamos en la calle correcta.
Lo dicho.
Calle OK
Así que por tercera vez hemos vuelto donde la ancianita y esta vez además de las gafas, se ha sacado el teléfono para llamar a alguien a que nos ayudase, eso o a la perrera o la policía para que nos sacasen de allí.
Con ganas de llorar ha surgido nuestro héroe.
¿Os acordáis de la amable pareja del teléfono? Pues el padre de familia ha surgido a lo lejos como nuestro héroe tras recibir una segunda llamada de la dueña del piso y hacer nuestras peores pesadillas realidad.
Calle OK
Número OK
Distrito FAIL
Así es amiguitos, recordar que Budapest tiene calles repetidas según los distritos y no olvidéis meter todos los numeritos en el Google Maps u os puede mandar un poquito más lejos de a tomar por culo. Así pues el buen hombre nos ha acompañado casi hasta la
boca del metro, por piedad o tal vez porque parecíamos tan gilipollas que éramos capaces de volver a donde la anciana por cuarta vez, incluso nos ha dicho muy amablemente que donde mucha gente baja escaleras, eso era el metro.
Tras despedirnos entre mil gracias hemos caminado triunfantes hacia nuestro nuevo rumbo y al cruzarnos con uno de los lugareños, le hemos dicho que ya sabíamos dónde íbamos, es decir, a un metro repleto con nuestro maletón y cruzando la ciudad de lado a lado, porque cuando en la descripción pone un “remanso de paz en el centro de Budapest” suele estar en el centro de la ciudad.
Para terminar como hemos llegado casi dos horas tarde pues la mujer se ha tenido que ir y tras pasar unas horitas en un McDonal´s a la espera de recibir noticias, finalmente hemos llegado a nuestro destino doce horas después de dejar Berlín.
Welcome to Budapest.





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