En todo viaje que se hace en compañía cada uno de los
miembros desarrolla un rol en beneficio del equipo. Cuando hay más de dos
miembros el trabajo se puede repartir de manera que todo funcione, pero cuando
el número no excede al dúo, cambiar dichos papeles puede terminar en siniestro
total.
Sobre todo cuando el espíritu del gran Paco Martínez
Soria os posee.
Tan solo hay que cambiar la gallina por un par de teléfonos
de última generación inútiles y la boina por una maleta en la que pueda entrar
un muerto y ya está todo preparado para que comience la función. El ambiente es
importante. Un aeropuerto cuya temperatura media debe de estar medio grado por
debajo del infierno es un dato a tener en cuenta, una sauna gratuita para
comenzar el traslado, bajo la premisa que a más tardar te podrás duchar en tres
horas a lo sumo.
Error.
Llegar a Budapest parecía la mayor odisea que
tendríamos pero cuando el autobusero decide cerrar las puertas detrás de ti y
dejar a la otra mitad del equipo en tierra sabes que el show iba a continuar. Aclaro
que la otra mitad se ha quedado en tierra, sin pasaporte, dinero o un triste
billete de autobús, mientras yo me adentraba en lo desconocido con mi maletón. La
razón me ha hecho bajarme en la primera parada (en mitad de ninguna parte)
preguntar a una señora donde estaba la parada de vuelta entre señas (el inglés
no es muy amigo de los húngaros como luego os explicaré) y pasar la carretera
bajo la esperanza que las enseñanzas de niño hubieran hecho mella en mi fiel
compañera y se quedase en el aeropuerto esperando mi regreso.
¿Adivináis?
Cuando estaba ya montado en el bus de vuelta una
señorita me hacía aspavientos desde el otro lado de la carretera, por supuesto
que se ha montado en el siguiente, sin dinero ni documentación, a la espera que
milagrosamente me diera por mirar hacia la carretera para verla mover los
brazos como si fuese un salvamento marino.
De no ser así me imagino que hubiéramos estado los
cinco días del aeropuerto a la primera parada en un bucle infinito, bueno tal
vez cuando la detuvieran por no poder identificarla me hubiera llamado….espera….tampoco.
Ya llegaremos a eso.
Tras coger el bus, bajar en una estación donde las
ratas huían de las palomas porque eran de mitad de tamaño y un señor con unas
llagas gigantescas en las manos nos ha dado la bienvenida, hemos cogido el
segundo autobús rumbo a nuestra ansiada casa y su ducha. Hemos montado los dos
y acertado la parada, llegando sin mayor problema, a nuestro “remanso de paz en
mitad de Budapest”
Lo de paz era cierto porque no había más que un
parque y una eterna calle casi sin asfaltar donde hemos andando con paso
decidido, teníamos la calle y solo nos quedaba buscar el portal.
Al llegar una nueva sorpresa en forma de timbres sin
nombres nos esperaba, así que tras casi cuatro horas de viaje, ya no hemos
dudado en tocar todos hasta que una viejecita que terminaría siendo entrañable,
ha aparecido para hablar con nosotros.
En húngaro por supuesto.
Tras no entendernos y dar por sentado que la señorita
del piso nos estaba vacilando, hemos decidido desandar nuestros pasos y buscar
algo con lo que poder llamarla por teléfono. Porque amiguitos no hay nada más
inteligente que llevar dos súper móviles última generación y no tener en
ninguno de los dos activado el Roamming. Así somos. Vivimos alocadamente,
siempre al límite, tanto que dado que del binomio mi compañera es la que mejor
habla inglés, se ha ofrecido a suplicar por el parque cercano a todo aquel que
pasase que le dejase hacer una pequeña llamada telefónica.
La verdad es que podía haber ido yo mismo porque con
mi nivel de batalla en idiomas, creo que hubiese parecido un profesor nativo
del mismísimo Londres dado el nivel. Al final una pareja de buenos samaritanos
nos han dejado el teléfono, llamadita, y la dueña del piso insistiendo que ella
estaba en el piso pero que se tenía que ir en breves. Carrera de nuevo hasta el
portal de la amable ancianita, no sin antes, dar las gracias y contestar
afirmativamente a la pareja amable que ya sabíamos hacia dónde dirigir nuestros
pasos.
Es decir al mismo lado de donde veníamos.
Tras llamar al único timbre que nos quedaba, más que
nada para que no tuviese envidia, hemos decidido cambiar de táctica y usar el
viejo recurso del llamamiento por grito: “Wilma ábreme la puerta” y por
supuesto la única que ha vuelto a aparecer era la dulce ancianita, esta vez ataviada
con sus gafas e intentando comunicarse con nosotros en alemán. Segundo fallo.
La pobre mujer se apuraba en explicarnos algo con los dedos, algo que sin
llegar a entender, ha terminado por darme una pista de lo que estaba
sucediendo.
Aunque por supuesto una parte de mí quería seguir en
la ignorancia de:
Calle OK
Número OK
Tras entender algo de un 13 nos hemos vuelto a
despedir de la amable señora y caminar de nuevo la calle, al cruzarnos con
otros dos lugareños hemos vuelto a preguntar (A uno de ellos le he dado un
susto de muerte por las barbas, habrá pensado que era un vikingo) el otro muy
amablemente nos ha dicho que estábamos en la calle correcta.
Lo dicho.
Calle OK
Así que por tercera vez hemos vuelto donde la
ancianita y esta vez además de las gafas, se ha sacado el teléfono para llamar
a alguien a que nos ayudase, eso o a la perrera o la policía para que nos
sacasen de allí.
Con ganas de llorar ha surgido nuestro héroe.
¿Os acordáis de la amable pareja del teléfono? Pues
el padre de familia ha surgido a lo lejos como nuestro héroe tras recibir una
segunda llamada de la dueña del piso y hacer nuestras peores pesadillas
realidad.
Calle OK
Número OK
Distrito FAIL
Así es amiguitos, recordar que Budapest tiene calles
repetidas según los distritos y no olvidéis meter todos los numeritos en el Google
Maps u os puede mandar un poquito más lejos de a tomar por culo. Así pues el
buen hombre nos ha acompañado casi hasta la
boca del metro, por piedad o tal
vez porque parecíamos tan gilipollas que éramos capaces de volver a donde la
anciana por cuarta vez, incluso nos ha dicho muy amablemente que donde mucha
gente baja escaleras, eso era el metro.
Tras despedirnos entre mil gracias hemos caminado
triunfantes hacia nuestro nuevo rumbo y al cruzarnos con uno de los lugareños,
le hemos dicho que ya sabíamos dónde íbamos, es decir, a un metro repleto con
nuestro maletón y cruzando la ciudad de lado a lado, porque cuando en la
descripción pone un “remanso de paz en el centro de Budapest” suele estar en el
centro de la ciudad.
Para terminar como hemos llegado casi dos horas tarde
pues la mujer se ha tenido que ir y tras pasar unas horitas en un McDonal´s a
la espera de recibir noticias, finalmente hemos llegado a nuestro destino doce
horas después de dejar Berlín.
Welcome to Budapest.