La facilidad para encontrar culpables ajenos es tan fácil
como admitir la adicción a la nicotina que tiñe de amarillo mis dedos. Es
realmente tentador comenzar por mirar al cielo o achacar todos mis males a una
zorra del pasado, siempre fui un experto, desentendiéndome de las consecuencias
como un niño que esconde las manos sucias de pecado tras su espalda.
La facilidad de centrar todo en los gélidos nubarrones
grisáceos que traen la tormenta.
Esa sensación hiriente como dagas invisibles clavadas
por debajo de la piel hasta que tocan el hueso. Una bonita metáfora. El mejor
truco de tahúr para esconder una realidad que siempre fue mucho más soez y humana,
tan silenciosa que los días buenos, crees que no vale la pena pensar en ella.
Ahí termina la interpretación de la obra teatral.
El resto se resume en una cabeza saturada de pájaros
acompañando ideas absurdas, no hay nada especial, un hedor a romanticismo del
supuesto héroe bohemio que a veces deseo se esconda debajo de mis uñas. La
mentira de un culpable que ni podría revivir el título de amante cuando tras el
segundo que sucede tras la efímera excitación momentánea, no queda otra cosa
que la incomodidad de un lecho calienta donde sobra la mitad de dos.
No se trata de arrepentimiento.
Sin deseo de pedir perdón por las decenas de camas
desechas, la ira de mis palabras o los cierres de etapas sin dudar siquiera en
lanzar una última mirada hacia atrás. Hacerlo sería no ser fiel a lo único que
guardé fidelidad, mi única admisión de pecados en forma de hacerme cargo de las
consecuencias de acciones equivocadas o correctas.
Tampoco quiero redención.
Nunca creí en la conversión del villano a sabiendas
que mis pecados hablan como un libro abierto, tanto como los silencios que
envuelven cualquier conversación que cruce la línea de lo personal. Manos
vacías. Sin las monedas que conseguí por las mil y una traiciones a quien
asumió que confiarme parte de sus secretos sería una buena idea, ilusos, ni
siquiera llegaron a comprender que nunca hubo truco o giro de guión más allá
del deseo pasado convertido en agria piel. El alimento que siempre me hizo
olvidar el devenir de las horas para poder escupir todas las miserias,
deformarlas y rehacerlas como personajes tan dispares como personalmente
absurdos.
El secreto siempre estuvo escondido tras ese
desconocimiento a volver a conjugar el verbo sentir. Escribiendo lo que siento
pero sin que mi sonrisa sienta lo que escriba, no lo hago para crear un centro
de atención o foco de preocupación y que nadie se sienta ofendido por ello. Si
mis palabras no llegan a lograrlo solamente recordar que elegí este camino con
la intimidad de la soledad mucho antes de conocer a cualquiera y siempre
seguirá allí cuando el último apague la luz.
Esto no es una despedida ni mucho menos.
Quizás esto se parece a una especie de asumible
consecuencia de las decisiones propias usadas para asesinar posible futuros, de
sonrisas de Domingo con pelea de Lunes rutinario. Incógnitas que nunca se
solventarán puesto que si algo no regresa es el tiempo y por eso al empujar la
última tecla de esta entrada, seguiré buscando mi espacio en este puzzle.
Ascendiendo o descendiendo pero con la única dirección de aquel que no desea
envejecer teniendo que recordar todas las cosas que no hizo.
0 Comentarios:
Publicar un comentario